EL HOTELITO
Su estreno en el Gran Teatro de Huelva congregó este sábado de enero a numerosos onubenses que, prácticamente, llenaron el recinto. Atendí el requerimiento de mi esposa y, después del sofocón del Recreativo, quise tomarme el desquite con un espectáculo más satisfactorio. Sin embargo, no apostaba una moneda de veinte céntimos por el éxito de mi legítima aspiración.
Antonio Gala es un genio. Nunca lo he dudado y, ahora, tampoco lo cuestiono. Ni había leído la obra de teatro ni, conociéndola, me había levantado la pasión por ella. Confieso que, aparte de Petra Regalada, Anillos para una dama y Las cítaras colgadas de los árboles, don Antonio no me ha entusiasmado en esta faceta de su importante literatura.
Pues nada, a fin de agradar a mi mujer, allá que me fui a contemplar la puesta en escena del hotelito. Desde el principio hasta el fin, el hastío hizo presa en mi ánimo. No se puede escribir tantos tópicos en un diálogo de mujeres. Gala, seguramente afectado por la división administrativa territorial que Enterría diseñó para el nuevo estado autonómico español, puso de manifiesto que la estructura de la nación era tan débil como temíamos los que votamos el texto constitucional. Pues bien: expuesto el temor común, el libreto se conformó como una sucesión de lugares comunes, de geografía huera, de historia simplista, de personajes carpetovetónicos y de despacho de sandeces sensibleras.
El hotelito compendia todo lo que no debe ser un autor de vanguardia. Se revela como una mezcla de tradición al más rancio estilo pre-romántico y como un conglomerado amorfo de los sainetes de Álvarez Quintero, de las poesías ganadoras de los juegos florales de la España rendidamente franquista y del Pemán más castizo y españoleador. Si toda la cultura de Gala se resumiera en este opúsculo de pésimo gusto, la barbarie nacional hincaría sus dientes en la sociedad sin posibilidad de remisión. La intención realista es banal y la vocación simbólica, un agujero negro en las conciencias actuales.
Mi santa me recriminaba mis movimientos de disgusto en la estrechez añadida de la butaca. Si no te gusta, deja de gruñir y espera en el vestíbulo, me susurró con un codazo. Me quedé. De no ser por el trabajo de interpretación de las actrices, especialmente de Bárbara Rey, no hubiera resistido el sacrificio de permanecer atento a la operación derribo. Por cierto, en cuanto al decorado, mejor no nombrarlo. Lo dicho, las actrices sacaron a Gala de un fracaso estrepitoso.
Me han dicho que los independentistas vascos y catalanes han conseguido el apoyo de andaluces, gallegos y otros regionales para fracturar de una vez al país. Con esta obrita, quién defiende a España. Vivir para ver.
Un saludo.