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Francisco Velasco. Abogado e historiador

NADA DE PURA COINCIDENCIA

Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Algunos autores terminan con este apéndice/apostilla algunos relatos cuya verosimilitud puede dar a entender que se trata de una versión biográfica de ciertos personajes conocidos o una descripción peligrosa de situaciones ilícitas. Lo que, a continuación, voy a referir, tiene un mucho de verdad y un poquito de ficción. La base de certeza descansa en el testimonio de la palabra de la persona que ha sufrido los hechos. La migaja de irrealidad es la que introduce este articulista a fin de dejar la puerta abierta a una posible denuncia penal que el sujeto paciente de la historia pudiera interponer en su momento, una vez se recobre del ataque de ansiedad que le mantiene fuera del escenario laboral.

Situamos la acción en Estuarialandia, ciudad litoral del suroeste de un país medio aliado a la civilización occidental. Centramos el foco de nuestra película en un centro público de esa villa a la que algunos, malévolamente, sustantivan de pueblo lusitano. El lugar, un establecimiento singular de imponente arquitectura y de tradicional micropolítica sesgadamente favorable al partido político más corrupto que la prensa publica. Por circunstancias varias, la dirección del organismo oficial recayó democráticamente en funcionarios no adscritos a la plantilla de sicario-trepas de la precitada formación. A partir de ahí, la feroz campaña de extrañamiento de los intrusos. La máxima representante del equipo director cae en la trampa que le tienden los facinerosos demolicionistas y es apartada de su trabajo, incapaz de soportar las presiones bajo amenazas de conocidos compañeros con la colaboración cómplice de la superioridad encarnada en la Inspección de servicios, dispuesta como alfombra al servicio del poder instituido. Una menos. Un escalón más en la historia universal de la infamia, que tituló Borges.

Fuera de juego la figura clave del proceso democrático, el segundo paso era más sencillo. Eliminar a su segundo. El profesional apareció en los carteles como objetivo siguiente de la diana. Era la nueva pieza a abatir. El propio inspector de servicios se personó en la sede del ente laboral. Inició la caza siguiendo el método ignominioso de derrumbar anímicamente al personal rebelde. O dimites, le amenazó, o aquí acabas la carrera, estarás condenado a la pérdida de la relación de servicio y ya veremos si no vas a la cárcel. Por la cara y sin ambages. Con testigos que nada quieren escuchar y que están dispuestos a mentir. Hasta que la presión hizo sus efectos y la angustia emocional invadió el alma del acosado.

El Código Penal tipifica como delito la reiteración de actos humillantes u hostiles en el ámbito de cualquier relación laboral y prevaliéndose de su relación de superioridad. Agotada la vía de seducción del acosado para que, por las buenas, abandonare el puesto, los “malos” hacen estallar el conflicto y, a partir del mismo, emprenden la fase de acoso. A este infame fin, se abre la veda del comportamiento negativo entre compañeros o entre superiores y el inferior jerárquico, a causa del cual el afectado es objeto de acoso y ataque sistemático durante mucho tiempo, de modo directo o indirecto, por parte de una o más personas, con el objetivo de empujarle a la claudicación. De nada valen las quejas del acosado. Una higa importa a los acosadores el mantenerlo días y días sin dormir al tiempo que le exigen tareas imposible de realizar so pena de admitir delitos cometidos por otros. El inspector se mofa de los lamentos de la víctima y aprieta la soga que le priva de aire. Así hasta una serie de vilezas inimaginables en una sociedad sana. Impune el inspector, éxito asegurado. La marginación del trabajador es una triste realidad alentada por otros funcionarios que, a costa del sufrimiento humano, persiguen recobrar viejos privilegios.

La víctima puede sufrir una muy fuerte depresión. Les da igual. Argüirán que ese problema era anterior y congénito. Bipolares, señalarán con desprecio. Esquizoides, alegarán con la alegría del depredador. Patxi Andión retrató el tema con impropia precisión: “...y al terminar el invierno le relevaron del puesto y ahora las buenas gentes tienen tranquilo el sueño porque han librado a sus hijos del peligro de un maestro; con el alma en una nube y el cuerpo como un lamento, se marcha, se marcha el padre del pueblo, se marcha el maestro”. El que se ha de marchar, por mandato del Fiscal, es el inspector. Por golfo y por canalla.

Un saludo.

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