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Francisco Velasco. Abogado e historiador

PALACETE

 

De Palatino, palacio. Como vivienda imperial, palacio. Como sede de gobierno, palacio. Palacio como residencia del poder. El palacio y el rey. Usos y abusos. De palacio, palacete. La Academia de la Lengua lo define como casa de recreo construida y alhajada como un palacio, pero más pequeña. Casa de recreo. En la plaza de las Monjas, el palacete del ocio institucional. La institución ociosa su propia sede requiere. De la mullida alfombra de la oficina de Gran Vía al confort recreativo de la joyita modernista. Símbolo de una decadencia. Santo y seña de una praxis corrupta de la política.

 

La gobernanza de la Diputación abre un nuevo capítulo tras las elecciones del 22 de mayo. La persona que ostente la presidencia tiene un reto inaplazable: derribar el becerro de oro de la inconsistencia y de la nadería. Conservar el palacete en el mismo régimen de contratación comportaría más de lo mismo. Delendum est.

 

La que se podría armar. Si el Psoe continúa al frente del organismo supramunicipal, dispondrá de cuatro años para seguir gozando de Villa Deshonor. Por el contrario, si el PP se hace con la presidencia, el signo inequívoco de la voluntad real de una nueva forma de hacer política se ejemplificará en la explosión, jurídicamente controlada, de la residencia imperialista.

 

La poetisa portorriqueña Bibiana Benítez escribió, a mediados del siglo XIX, un excelente modelo de literatura palaciega. Se titulaba “Diálogo”. Su escaso valor literario era compensado, desde las alturas, por su loa a la monarquía española. Con cualidades similares y circunstancias parecidas, Bibiana firmó “La cruz del morro”, un nuevo canto de amor patrio interesado, que revelaba un marcado influjo, cómo no, del honor calderoniano. La cultura al servicio del poder, de éste recibe la dádiva y la lisonja que la crítica niega. La prensa adicta al Psoe ha hecho de la institución su pesebre. Periodismo palaciego al estilo de Bibiana.

 

Querer hacer del palacete de la Plaza de las Monjas un centro cultural es, de origen y de entrada, una falacia intelectual y un monumento a la demagogia política. Se necesita mucho morro y que los clavos de la cruz mortifiquen el diálogo. La cultura palaciega del Hotel París muestra tanto crédito como el de quienes se prestaron a alquilar la Casa de la Bola. O sea, ninguno.

 

Carlomagno revivió en Aquisgrán la expresión romana del palacio. La que fuera “emperaora” debiera arrepentirse de tamaño agravio. La presidencia de la Diputación de Huelva debe eliminar este atributo distintivo de una época nefasta. De inmediato. Hacerlo, o no, pasará factura en las inminente elecciones generales. Es la fórmula del cambio de verdad. Adiós, palacete, adiós.

 

Un saludo.

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