DIGRESIÓN COMO AGRESIÓN
Si existe un virus letal en los partidos políticos, es el de la digresión. La digresión es un efecto rompedor. Y lo es porque cercena el hilo de los discursos al referirse en ellos a asuntos no conexos con lo que se está tratando. Los congresos políticos son conferencias periódicas que se celebran con el fin de debatir cuestiones y programas que habrán de servir de guía a las distintas formaciones. Tal es la fuerza vinculante de los congresos, que de ellos salen elegidas las juntas directivas que, durante el período intermedio al siguiente, se convierten en los máximos órganos de dirección.
El congreso expresa el poder soberano de las bases militantes a través de los delegados electos para acudir al mismo. El pensamiento único es la base esencial sobre la que reposa la unidad del partido. Y esa unidad de pensamiento se recoge, entre otros aspectos, en la unidad de acción de sus militantes cara a la sociedad. Unidad. De pensamiento y de acción. Preocupante. La pluralidad no encaja. El signo distintivo de las democracias frente a las dictaduras se combate desde los Estatutos y se impulsa desde los congresos. Esclarecedor. Lo del mandato imperativo proscrito por la Constitución tiene aquí su nido. Pues muy bien.
Los nuevos sacerdotes de la pureza fundamentalista hallan su alter ego en la impureza de sus prédicas. Los pastores del rebaño son los lobos del miedo de los corderos. La codicia encuentra su contrapunto sagrado en los préstamos usureros de algunos bancos. La lujuria suele residir en los popes de la castidad a machamartillo. Menos caperucitas, lobo. Pujol pasó de ser látigo fustigador de la corrupción a confesor obligado de la maldad de su fusta. Lo de presumir y carecer van de la mano.
El pensamiento único del Psoe o del Pp o de UpyD o de Iu se concreta en el despótico “o lo tomas o lo dejas” pero se deposita en el incunable de la democracia de los partidos. Los congresos muestran un mar de calma que trata de ocultar la tempestad previa. Antes de la cita congresual, van a la gresca si bien endulzan sus diferencias en la leche condensada de sus abrazos públicos. La digresión es total. De sexo, de gestión, de política, de administración, de ideología. Uno tiende al sur de Libia y la otra al norte de Egipto.
Los fontaneros de las delegaciones provinciales se apresuran a reparar las cañerías de la organización. Por los desagües, los votos se pierden a chorros y, por las cloacas, el dinero de la corrupción se dirige a bolsillos de directivos. Do ut des. Cui prodest. Esta gente no atiende a más razones que las del interés material. Se juegan mucho en la apuesta.
Hay jugadores que no buscan ganar. Persiguen el equilibrio aunque sea inestable. Ignacio Aldecoa nos dejó una magistral muestra de la digresión. Se resume así: alguien preguntó a una señora el nombre de la estación de tren en que se había detenido. En su lugar, contestó un señor sentado junto a ella: pero no hay cantina y, además, si la hay, el vino no es bueno y no quita la sed.
El pensamiento único no es tal. Lo que es singular -ay de quien se mueva- es la imagen. La sonrisa etrusca. La mano no se apoya en el hombro de la mujer. La mirada no se pierde en el infinito. Se contiene para no llegar al cuello. El hilo del discurso es que la diferencia dialéctica no es fruto de la lucha por el poder sino resultado feliz de un partido democrático.
Menos decir la verdad, cualquier cosa. Nadie espere lo contrario. No sería del grupo de Mariano, San Chez, Rosa magenta o Lara. Mucha suerte a los inminentes comicios electorales. Los nombrados son y están. Se está a la guarda del explosivo adviento de una nueva fuerza, cuyo objeto es loable mas cuyos sujetos nos darán argumentos para llorar. Ríos de lágrimas. Ellos son la digresión elevada a la potencia mil.