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Francisco Velasco. Abogado e historiador

A LA ESPAÑA RICA EN LENGUAS

 

 Algunos dirán que a una nación, una lengua. Yo digo que no. A una nación plural, lenguas diversas. La riqueza se presenta bajo formas distintas. Una de las más floridas y espectaculares es, sin duda, la lengua.

 

El plurilingüismo está consagrado en nuestra Constitución. Sin embargo, ese reconocimiento es un acto jurídico que cumplimenta una realidad natural de siglos de convivencia. Cualquier movimiento tendente a ultrajar esta naturaleza debe ser repudiado. Es propio de quienes postulan por la fuerza la existencia de un pensamiento único y, por añadidura, de quienes defienden una dictadura.

 

Admitir el castellano como español es una solución aceptable e incluso plausible dada su extensión por todo el territorio del Estado. En la España de las Autonomías, de los reinos, de las federaciones, de los cantones  o de las unidades administrativas más pequeñas que queramos imaginar, lo plural  es soberano. El patrimonio lingüístico nos muestra esa soberanía. Una lengua no hace Estado. Una sola lengua sí puede derribar la estructura democrática de ese Estado.

 

La defensa institucional del castellano, del catalán o del gallego, forma parte de los factores de cohesión del país y no de su disgregación. El error de algunos, acaso de forma consciente a fin de buscar la discordia, estriba en identificar al español con el castellano. No es así ni debe serlo. Tan español son el gallego y el valenciano como el castellano. Sin embargo, sí es el castellano la lengua de casi cuatrocientos millones de habitantes que pueblan naciones diferentes.

 

En nuestro país, sus diversas lenguas deben convivir en armonía. Ninguna debe tratar de imponerse a las otras ni, mucho menos, arrinconarlas. De hacerlo,  los pacientes de la barbarie son los propios ciudadanos y su derecho a la riqueza material y, por supuesto, inmaterial. Más de una vez he mostrado mi deseo de que el propio sistema educativo asuma como obligación el aprendizaje de las lenguas españolas, al menos en igual medida que se fomenta el estudio de las extranjeras. Si la lengua comporta diálogo y comunicación, contribuirá, asimismo, al entendimiento de todos los españoles en cualquiera de los territorios que integran el Estado. Igualdad de oportunidades para expresarnos donde a nuestro interés convenga. Por encima del oficialismo legal y de las casposas imposiciones tardofranquistas.

 

No dejo de alegrarme cuando en París o en Londres practico mi francés y mi inglés. Igual que me lamento cuando en Santiago o en Tarragona no puedo hablar el gallego o el catalán, con independencia de que todos nos entendamos en castellano. Es una triste sensación. La misma que me produce cuando en Villarreal de Santo Antonio, frente a la Ayamonte española, los comerciantes portugueses dominan el castellano y los españoles no sabemos ni chapurrear el portugués.

 

Cosa de discriminación, oigan. De prepotencia. Y eso no vale. Que no.

 

Un saludo.

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