ESPAÑA EN ALMONEDA
Pobres, acomplejados, miserables, faltos de valentía. España está en almoneda. Y no me refiero a la venta del territorio comprendido por los miles de pueblos abandonados a lo largo de toda la geografía peninsular. Una cosa es el éxodo rural y otra, bien distinta, la huida de la responsabilidad de conservación del patrimonio jurídico. Los inversores extranjeros podrán comprar tierras, inmuebles, empresas españolas, al amparo de la legislación en vigor. Lo que no les está permitido es aprovechar la enfermedad del país, para gobernarlo.
La prohibición ha de extenderse a los falsos inversores nacionales. Los manifiestos ataques a la unidad de España reclaman una estrategia urgente. La hoja de ruta pasa por el umbral de la definición de los partidos españoles respecto a la voluntad de mantener la configuración constitucional de nuestro país. Los ciudadanos defensores de la independencia de Cataluña y de País Vasco están en su derecho de alentar este espíritu. Conforme al dictado de las leyes, que no merced a la fuerza de la violencia y del chantaje. En el mismo sentido, los partidarios del modelo territorial de nuestra Carta Magna poseen legitimidad bastante para alinearse con los postulados históricos de la nación española.
La democracia es el gobierno de las mayorías basado en el respeto a las minorías. No al revés. El envenenamiento de las ideologías conduce a su descrédito. Si las ideas políticas se imponen sobre las normas nacidas al amparo de éstas, la arbitrariedad camparía a sus anchas y el cambio de las reglas del juego condicionaría la validez de cada partido.
He leído un reciente artículo de Pedro Sánchez. El candidato a la secretaría general del Psoe advierte que España no es negociable. El mensaje parece claro pero se queda en lo propagandístico. Sánchez debe despiezar, deconstruir, desguazar, el discurso. Se necesita conocer que los elementos son originales y no simples falsificaciones. Es imprescindible la garantía de calidad del producto. Cómo va a oponerse a sus correligionarios catalanistas o vasquistas. A no ser, claro, que su España innegociable se haya reducido previamente al territorio del que se han desgajado estas dos autonomías.
La inminente proclamación del Príncipe Felipe como Rey de España arrastra lixiviados que no se pueden tratar con disolventes de marca blanca. Los gritos en la calle, las guerras de pancartas y las bufonadas de los radicales centran los ruidos de unos pocos frente a la pasividad de los muchos. El poder reside, sin embargo, en los últimos. Si se hace dejación de esta facultad, los corsarios y los piratas se apoderarán de la plaza pública y, en lugar de la bandera de la concordia y de la convivencia, izarán la negra enseña del dolor y de la muerte en el mástil de la desgracia.
España no puede seguir en almoneda. Los especuladores no son simples emisarios de la oligarquía económica. Ni mucho menos. Son los ideólogos del braguetazo los principales interesados en romper la política de la fortaleza constitucional a fin de materializar la vieja y rancia máxima del divide y vencerás. Contra unos y otros, no cabe más oposición que el camino de la legalidad, de la rabiosa legalidad vigente. Eso sí, hay que recorrerlo con la firmeza del campeón del pueblo. Segundos y segundones, fuera.
Un saludo.
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