DE LA RAPSODIA HÚNGARA AL AMOR BRUJO
De Liszt a Falla. De Hungría a España. En la película “El deseo de Wakko”, la rapsodia húngara número 2 suena en la carrera hacia la estrella de los deseos. La música de “El amor brujo” contiene, entre otras partes, la danza del terror. Carrera y miedo. Miedo y huida. La economía mundial se precipita entre estos dos abismos. En Grecia y Hungría, el talud de la quiebra está engullendo el parqué. El viernes, anteayer, de infarto. Qué, si no, entre la escapada y el horror vacui. Como España. Como España, Zapatero.
Tres factores se conjuraron para abatir la ya tortuosa marcha de los mercados mundiales. En primer lugar, la publicación de las cifras del paro en el país de Obama. Ni comparables con el desempleo español pero menos buenas de lo que se esperaba. En segundo lugar, la caída del euro por debajo de 1,21 dólares. Este retroceso no se producía desde la primavera de 2006, fecha de anuncio de la crisis que todos se negaron a reconocer, especialmente el gobierno mendaz del partido socialista. Por último, los temores de quiebra en Hungría. Tres factores económicos y una constante política: el gobierno de países de órbita filosocialista.
Las aguas ya bajaban negras. Las Bolsas se desesperaban en la incertidumbre de la volatilidad. Los especialistas, entre ellos Standard and Poor´s, ponían de relieve que billones (con b de barbaridad) de euros se han evaporado de los mercados más importantes del mundo. Las expectativas no son. La confianza no está. Ni se la espera. La tendencia a la baja se aposenta por más que, a veces, los amagos de subida nos hagan creer en sueños inalcanzables. Rapsodia húngara. El menor rumor provoca la espantada.
El G-20, mientras Liszt y Falla componen, se reúne. Hay que devolver credibilidad al mercado, declara. Si no, la recuperación económica será una quimera. Al menos, a nivel global. En el sur de Europa va para largo. En esta zona, las finanzas públicas se tambalean y los presupuestos se maquillan. Así, es imposible devolver la seguridad a la economía. El crecimiento económico es misión imposible. La tragedia griega se representa en Grecia y se anuncia en España. La deuda es una roncha enorme y fétida.
Tan grande la deuda y tan hartos algunos socios de los derroches y engaños de otros, que los 20 han abandonado la idea de crear un fondo bancario mundial. Cosa lógica en un negocio en el que los accionistas más desvergonzados juegan a socialismo de salón con el capital de las hormiguitas. Canadá y Australia se han opuesto a la olla común que unos pocos cocinan y otros devoran.
Es sabido que las mentiras tienen las patas cortas. Lo que no se dice es el perjuicio que causan. Sobre todo si son dichas, y defendidas, y repetidas de forma contumaz, por quienes tienen el sagrado deber de decir la verdad. Los ciudadanos sufren perjuicios que no tienen el deber de soportar. Hace dos semanas, Hungría no era el problema. Ni siquiera existía. Quince días más tarde, la Bolsa baila al son de Liszt. El amor brujo sigue su marcha racial.
El marco económico se apoya sobre un escenario político renco. He ahí el problema. La globalización económica va a deparar, antes que antes, un susto del que tardaremos e recuperarnos. Un susto para los ingenuos. Los avisados serán los encargados de dárnoslo. El susto va a dejarnos patidifusos. Para estas rapsodias, ni las húngaras. Para amores brujiles, ni los de Falla.
Un saludo.
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