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Francisco Velasco. Abogado e historiador

PASARELA SOBRE EL BERNESGA

 

La muerte de Isabel Carrasco conmueve. Morir es un mal asunto. Morir a balazos, despreciable acción. Sobre la pasarela del río Bernesga, una paradoja de la naturaleza urbana de León. Muere lo público por el gatillo de lo privado. Muere la mujer por exigencias de un guión mental pésimamente construido.

 

Hoy en día se habla de las redes sociales como un fenómeno contemporáneo. Mentira. Las redes sociales existieron siempre. Desde que el mundo es mundo. La gente se queja de cómo determinados usuarios del twiter o del facebook aprovechan la muchedumbre y el incógnito para lanzar bramidos contra la fallecida. Da igual Isabel que Periquito de los palotes. La alegría por el definitivo e irreversible mal ajeno es, antes que un delito, una enfermedad.

 

Tomaba café esta mañana, de pie y deprisa, en la barra de la cafetería cercana a mi domicilio. La televisión encendida, las imágenes del luto asaltaban a los pocos parroquianos de esa hora. Uno de ellos, alzada la voz, buscaba la complacencia del resto. Algo habrá hecho, decía. Tantos cargos que ostentaba, no era normal, sostenía. Tenía fama de mala leche y de mandona, dogmatizó. A partir de ahí, la tertulia bochornosa del tú tienes razón, tú cómo puedes decir eso, tú, tú y tú más. La red social del bareto de calle expelía mensajes  con la misma profundidad argumental e idéntica bajeza moral con la que los partidos nos clavan los alfileres de sus programas inútiles.

 

La clase política descansa sus posaderas en unas columnitas de alto y capilar fuste pero de muy débil basa. Sin embargo, la crítica al directivo, vivo o muerto, debe prevalecer cuando se apoya en cimientos sólidos. Lo que no es admisible es justificar el asesinato. Ni lo es la felicidad por el luto. La venganza tiene su propia cárcel de intimidad. El gran Baltasar Gracián escribió que la vida del hombre es milicia contra la malicia del hombre: la sagacidad pelea con estratagemas de mala intención. Los malos modos corrompen todo, sobre todo, la justicia y la razón.

 

No se puede justificar el asesinato de un ser humano. De ninguno. De nadie. No culpemos a las redes sociales del “internete” de las majaderías de los resentidos. Contengamos nuestra lengua y ejercitemos las bondades de nuestro pensamiento. Ni la crisis ni los males pueden destrozar las vidas ajenas ni, por ellas, las propias. Construyamos pasarelas sobre los ríos del entendimiento.

 

Un saludo.

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