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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL INMADURO OBIANG

 

El señor presidente de Venezuela es la viva representación de un espectáculo político lamentable. Ser primer actor es tarea difícil cuando apenas se ha traspasado el umbral de meritorio. Querer convertirse en estrella porque sí, constituye un acto de voluntarismo de recorrido tan fugaz que el propio vértigo de la velocidad puede conducir al accidente sin vuelta atrás. El problema no es la muerte moral del sujeto, sino la cantidad de gente que se lleva por delante.

 

El sino de las izquierdas bravuconas pasa por desarrollar roles de interpretación no tan difícil por su desempeño cuanto por la continuidad en la cartelera. Ocurre a estos grupos como a quienes fingen enfermedades psíquicas para eludir la rutina del trabajo y no resisten la tentación del garbeo al sol, de la copichuela del mediodía o de la tertulia de dominó junto a sus amigos. Al cabo, se descubre el fraude y cada uno a pechar con sus consecuencias.

 

Las izquierdas del lumpen quieren ser las derechas enriquecidas por los negocios o por los pelotazos del euromillón. Y como ni saben ni pueden, por más que quieran se pegan de bruces con su propia vulgaridad. Y dictan, dictan, dictan. Son los grandes dictadores del orbe. No hay mayor tirano que quien no asume su función. En el caso de Obiang, reyezuelo sin corona, no hay ficción que valga. El hombre despliega la teoría del despotismo analfabeto con una fruición indiscutible. Se relame de ser como es y se jacta del poder que se le permite. Y si su pueblo está en la miseria permanente, él a lo suyo, que es seguir viviendo como si todo fuera de su maldita propiedad.

 

Maduro, en cambio, va de progre. Sabe que su carrera depende de su discurso maloliente y falso. Su proclamación como defensor de los desfavorecidos impulsa el aliento de sus correligionarios de occidente. Mientras tanto, la dura realidad nos descubre que los venezolanos escarban el pozo de su precariedad económica y hunden el pico en la tierra hasta convencerse de la inutilidad de sus esfuerzos. Su dictadura es un calco de la guineana pero con libreas de flores y camisas rojas de sangre del pueblo. No obstante, venden su revolución bolivariana a peso de petróleo que encharca su negra conciencia.

 

Las críticas a Obiang en el funeral a Suárez han sido acérrimas. El dictador ha aparecido como tal. De haberse atrevido Maduro, o Castro, a sentarse en el transepto de La Almudena, los mismos feroces detractores del africano hubieran ensalzado las virtudes del hispanoamericano. No es lo mismo, se defenderían imperturbables. No es lo mismo, reiterarían hasta el hartazgo de sus interlocutores. Y sí lo es. La dictadura es un mal ucrónico y sin ideologías. Cualquiera que intente justificarlo es un cretino cuando no un hijo de su madre.

 

No existen dictaduras de primera o de segunda. Lo mismo da la autocracia y el totalitarismo de un grupo que controla todos los aspectos de la vida de sus conciudadanos que el totalitarismo y la autocracia de quienes se dicen representantes de un proletariado que cada vez engendra menos prole. Nadie debe estar por encima del pueblo. Nadie.

 

Demasiados inmaduros obiang. Demasiados complacientes con el estilo de uno y con el estilo del otro. Ambos, pura filfa moral.

 

Un saludo.

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