ARISTOCRÁTICOS
El título nobiliario define la condición de aristocracia pero no le distingue por razón de su excelencia personal. El aristócrata es el mejor. El monarca puede ser aristócrata pero ser un mediocre e incluso el peor. Es en democracia, entre la multitud de ciudadanos, donde la aristocracia alcanza su más alto sentido.
Adolfo Suárez fue un plebeyo que demostró que su aristocracia nacía del valor de su persona y que moría en el título de compensación que le concedieron como limosna al fin de sus días políticos. Como decía Aristóteles, era de los menos, de los pocos que poseen capacidad para gobernar.
Como contrapeso a la aristocracia de personalidad, que no de sangre o de linaje, Adolfo Suárez sufrió la envidia de los suyos y de los ajenos. Entre los extraños, el odio. Entre los propios, el desprecio. Sus compañeros de partido tenían clavada la espina del ceniciento ascendido a príncipe. No se podía soportar esa afrenta entre abogados del estado, titulares de bufetes millonarios, catedráticos de reconocimiento general o notarios enriquecidos. El hombre de Ávila no formaba parte de su cuña social y económica. Era un “pringao” al que la suerte colocó en el lugar adecuado en el momento oportuno. Un advenedizo sonreído por la diosa fortuna de Su Majestad.
La vida en las corralas, en los patios de vecinos, en los centros de trabajo y en los partidos políticos y sindicatos se desarrolla conforme a unos parámetros de poder y de fuerza. En estos ámbitos, la micropolítica marca las distancias, los tiempos y las esferas de influencia. El jefe de un departamento universitario no tiene por qué ser el catedrático. En una oficina del registro de la propiedad, no podría serlo el administrativo más popular entre sus compañeros. En un juzgado, el bastón de mando lo ejerce el magistrado. En un partido o en un sindicato, quien templa las gaitas y maneja los hilos es el que elabora las listas electorales.
Adolfo Suárez no era el más culto de los ucedeos. Ni el más inteligente. Ni el que más simpatías despertaba entre sus cercanos de gobierno. Era el más capaz. Por ello, no le perdonaban su desclasamiento entre la selecta turba de funcionarios de élite. La falta de indulgencia hacia su persona condujo a su marginación y luego a su destierro. El mesías de la derecha fue crucificado por sus correligionarios, celosos del carisma del de Cebreros.
Es la diferencia entre los aristócratas de nacimiento y de vida y los oligarcas de desarrollo. Estos últimos rechazan la fuerza del demos y el valor del aristos. Ellos defienden que el sistema se degenere por la vía del demérito, de la herencia, de la inmoralidad y del vicio. Son los oligarcas que se cargaron a Suárez y a todos los Suárez que en el mundo son.
Aristocráticos raídos por la ambición del poder y de la influencia. Personajillos.
Un saludo.
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