EL DESAYUNO DE LOS SICARIOS
Atribuyen a Bárcenas, la siguiente frase: "Antes de caer yo, me los llevo a todos por delante". Las palabras vienen rodadas. La pendiente se escarpa a medida que la erosión modela las formas del lenguaje jurídico. La bola de nieve se va a convertir en un alud. El signo de este fenómeno comporta el derrumbamiento estrepitoso y violento. Una avalancha incontrolada que puede llevarse por delante a autores intelectuales, cómplices, cooperadores indirectos e incluso a inocentes sabedores de la magnitud del desastre.
La honradez es una virtud que imprime grandeza a quien la practica. En política, la honradez ha dejado de presumirse. Hay que probarla. Es inconstitucional pero tan real como la vida misma. Si este articulista se maliciaba hace cuatro años la catadura del personaje hoy en prisión y calculaba por lo bajo la magnitud de su fortuna, cómo es posible que en Madrid se ignorara lo que sabe un abogadillo de provincia. No se lo cree nadie. Muchos compañeros de fatigas del extesorero áureo llevan tiempo en vilo. Inquietos. En zozobra creciente.
La omertá. Código siciliano de silencio. El que cante ópera escuchará “jondo”. Sentimiento profundo que se paga con la muerte. La omertá es la hombrada, la masculinidad, el símbolo fálico que parangona la humildad con el miedo. El sello indeleble de labios. Dicen, y servidor entre ellos, que la avaricia rompe el saco. El desordenado afán de atesorar riquezas por parte del señor Bárcenas ha terminado por cascar el voluminoso talego de tantos millones de euros. La ambición desmedida por el dinero se ha juntado con la obsesión por el poder hasta retroalimentar al monstruo. No ha sabido poner límites y la desproporción de su patrimonio se ha engullido al portador.
El gran Cicerón aseguraba que el lujo es el padre de la avaricia. Bárcenas perdió el oremus de la distinción cuando cayó en la charca de la vulgaridad. Vivía, vestía, comía y viajaba como aquellos zoquetes que no perciben que su apariencia de ricos es el hilo conductor que desvela la pobreza de su origen. A partir del error del soberbio cavan su tumba con la pala de su propia imbecilidad.
Bárcenas viene a ser el “Brochant” de “la cena de los idiotas”. Con una singularidad: que no se reía del tonto de turno. Luis se carcajeaba de quienes se hacían el tonto porque era más conveniente no advertir algo que darse por enterado. Si Veber hubiera conocido a Bárcenas, la descripción de su personaje sería ejemplar: se pondría tan tonto que nadie superaría el nivel de petulancia y de vanidad. Hasta el punto, que por no desprenderse de su terquedad, acaba por estrellar sus huesos en el piso de la prisión. Los idiotas no son tales y los listos dejan arrastran más estupidez de lo que la inteligencia aconseja.
Que hable o no, es la cuestión a debatir pronto. Algunos tienen los congojos en la garganta. Sicarios y jefezuelos se levantan sin ganas de desayunar.
Un saludo.
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