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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL SUSTENTO DEL ESCRITOR

 

 Si alguien no ha leído a Lucía Echevarría, vaya mi recomendación para que rectifique. Su literatura es una gozada.

 

Me ha sorprendido a medias la irrupción de la premio Planeta en el mundo del famoseo y del reality estilo sálvame/salsa rosa. A medias digo porque los mitos se derrumban cuando la diferencia entre la realidad narrada y la realidad vivida constituye un abismo tal que se adentra en el terreno de la virtualidad.

 

No me refiero ya al relato novelesco. Acudo a la vida doméstica del autor. A la mujer que vive, se alimenta, calza y viste, sale de fiestas, copea, va al cine y se mueve en una burbuja de intelectualidad que, la mayoría de las veces, no es sino un alejamiento acomplejado de la sociedad que habita, a la que dice comprender y en la que se parapeta para lanzar sus diatribas éticas y su ideología de bolsos de Buitton, con b para no publicitar el lujo asiático de los occidentales.

 

La vida de Echevarría ha transcurrido en un universo ficticio desde el que se ha asomado, desde su altura de erudición, para mirar al populacho en general, despreciar a la plebe televisiva, tanto a la  que protagoniza esperpentos mediáticos como a la chusma que se sienta horas y horas frente del plasma, y elevar un altar al dios de los diferentes. Como ella.

 

Tantos eximios colegas suyos de todos los tiempos han tenido que pasar por las horcas caudinas de su necesidad de comer todos los días. Echevarría no es una excepción. Y como todos los que se deben al estómago antes que al seso, ha de comulgar con las ruedas de molino de la chabacanería si, como es su excusa principal, que no me lo creo, quiere saldar sus cuentas con el fisco.

 

Lucía Echevarría se moverá a partir de esta experiencia entre los matorrales que ocultan poco, arañan mucho y nunca llegarán a ser bosque. Ni frondoso ni pelado.

 

Si Lucía quiere ser independiente de verdad e insumisa sin trastero, tendrá que equilibrar las altas letras de sus amigos de siempre con la difícil travesía de un desierto en el que el agua es la picaresca y la supervivencia es el resultado de adaptarse a los obstáculos que jalonan el camino. A ver si así se entera de lo que vale un peine. Y de que nadie es más que nadie. Ni menos.

 

Un saludo.

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