ESPAÑA, ENTRE JILIS
Vd. no sabe con quién está hablando. La frase, franquista, muestra las tormentas de las dictaduras que se ciernen sobre España. Sus autores son jilis muy malos. Pero que muy malos.
Un periodista español, nacido en la región de Cataluña, lanza al aire los cañones de la protesta por la celebración de Fernando Alonso en el campeonato de Fórmula 1. Que si le sale la bandera por las orejas y el himno por la cara, que si menosprecia a Artur mas y no respeta las instituciones. Mire, señor Basté, usted es un peligro para la democracia. Y lo es porque se cree que un espada es un torero y que la pluma hace al escritor. Que no, hombre, que usted es un jili muy malo pero muy listo. Si tuviera un mínimo de sentido común y nociones de geografía o historia, se enteraría de que Cataluña es un territorio de España. Como Castilla o Asturias. Y fíjese si los españoles tenemos sentido de la ley y de la justicia que, defendiendo la bandera del estado y de la nación, la rojigualda constitucional, amparamos a cada una de las enseñas que simbolizan la diversidad de sus pueblos. Lo cual no ocurriría si alguna vez Cataluña se independizara y gentecilla como usted fuera colocada al frente de sus destinos. Tendría en la boca la consabida “Vd. no sabe con quién está hablando”.
Si es que no hay que prestar atención a la deriva del País Vasco. Otros jilis malos y listos. La tropa de Bildu se crece a medida que el Gobierno de Rajoy mengua. Una tal Laura Mintegi, parlamentaria autonómica de aquella tierra española, no dudó en encararse con los ertzainas amenazándoles con dar parte a la consejera si los agentes seguían haciendo uso de sus facultades para mantener el orden público. Pues esta señora tiene usía. A poco que sigan por ese camino, el archipiélago gulag dejará de ser un libro de Solzhenitsyn y se convertirá en una referencia turística de la inversión etarra en las costas cantábricas.
Con estos sujetos, para qué el objeto. Si España pende del hilo secesionista y se mece en los brazos de sujetos como los nombrados, para qué preocuparse por su prosperidad y su desarrollo cuando la unidad es una entelequia. El problema de individuos descarados es que no encuentran en la autoridad la horma del zapato de la cordura y de las normas. En el momento en que apuran la copa de la desvergüenza, se enteran del precio del peine.
Un saludo.
0 comentarios