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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LA CULTURA DEL CINE

 

 El cine es cultura. Con mayúsculas. Si me apuran, sólo la televisión lo supera como vehículo de colonización cultural de masas. La diferencia es que mientras el cine atrae, la televisión abduce, -la caja tonta nos aliena-, el cine nos integra.

 

El cine es arte. Extraordinario. Séptimo u octavo, pero arte. En ocasiones, arte bellísimo. Bellísimas artes las cinematográficas. Ninguna otra bella arte puede despertarnos, a la vez, tantas emociones al mismo tiempo a gente tan distinta y tan alejada.

 

Si el cine es arte y cultura, podremos convenir la necesidad de impulsar su desarrollo como alimento espiritual de una humanidad cada vez más sojuzgada por los condicionamientos sociales, económicos y políticos.

 

Arte y cultura. También industria y comercio. Aquí aparece la madre del cordero. Productores sin escrúpulos, intermediarios sin remilgos, distribuidores carentes de prejuicios, exhibidores sin conciencia, se suben al pedestal cinematográfico para hacer de la cultura, mercado de comerciantes que ensucian el templo de la belleza, y del arte, montón de podredumbre fétida. El cine como negocio termina por enturbiar las límpias aguas del celuloide con vertidos inmundos. A confundir, que algo se pilla.

 

El mundo del cine español merece análisis aparte. Los cineastas, rancho especial. La politización de los artistas ha provocado, en gran medida, el descrédito del colectivo. Se incrementa el número de los espectadores que rechazan la imagen de algunos actores incluso en sus papeles fílmicos. Ha triunfado la tendenciosidad de su posicionamiento político sobre la calidad indudable de su caracterización. La señora Bardem ha dejado de ser una actriz grande porque sus manifestaciones la han convertido en un dragón que ha quemado su indudable categoría escénica. Y como ella, legión. La ceja les ha subsumido en la burbuja de los alineados.

 

Cuando un artista se especializa en ciertos roles, cuesta la misma vida liberarlo de su amojonamiento. Sobre todo si su incorporación a ciertos grupúsculos de poder se empareja a la percepción de subvenciones partidistas y partidarias. Desde este momento, es imposible el Velázquez que retrate a los Austria o el Goya que desnude el espíritu del Borbón. Al igual que los pintores de cámara, los actores abandonan la creatividad en pos de la mendicidad de unos euros. La bohemia se percibe en su indumentaria pretendidamente desaliñada con ropa de marca y carísimos perfumes. Fuera de la forma, el desierto. Puro y engañoso decorado.

 

En vez de arte, artisteo. En lugar de cómicos, titiriteros. Los creadores han degenerado en vulgares copistas. Los directores devinieron recaudadores de tributos del Estado. La cultura fue abandonada en manos de familias innobles. Y el arte... Ni se le ve ni se le espera.

 

El ministro Wert se enfrenta a un reto como máximo responsable del Gobierno en materia educativa y cultural. Su desafío no es sino devolver al cine al lugar que merece. Ese rango no se alcanza con dineros públicos. Ni mucho menos con limosnas o dádivas. Alentar el cine es espolear a los creadores. A partir de ahí, cultura y arte. A su través, la industria el comercio. Así se fundamenta un ministerio y se sustenta un poder. Si los cines se llenan y el público se rinde, entonces se abrirán las puertas y las ventanas de la riqueza espiritual de la que estamos tan huérfanos.

 

La cultura del cine y el cine como cultura.

 

Un saludo.

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