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Francisco Velasco. Abogado e historiador

HUELGA Y SALARIO

Al final, todo es dinero. La lucha contra los recortes sociales, las posiciones decididas a favor de la calidad de la enseñanza y tantas otras reivindicaciones dulces de los profesionales no son sino brindis al sol que no ocultan los sonados complejos de sus protagonistas.

 

Miren, que no me toquen el sueldo. Oiga, que estoy trabajando por tres euros de mierda. Uno celebra las declaraciones auténticas y condena las hipocresías de los puros de alma que envuelven sus conciencias en papel de plata maciza. Si voy a la huelga es en defensa de mis intereses económicos. Y punto. Qué leche es esa de defender el nivel de los discentes o las necesidades de la comunidad educativa. Putrefacta mentira. Voy a la huelga y en pos de los objetivos, me someto a los efectos.

 

En la universidad de Sevilla, los huelguistas han tomado al asalto picaresco los estatutos de la institución y se han convocado una asamblea de un montonazo de horas. El éxito de la medida convertirá el derecho a la huelga en un tren arrollador que logrará que el cien por cien de los intervinientes se acojan al mismo sin que dejen de percibir un céntimo por el ejercicio de esa libertad. Por imperativo del reglamento de la universidad, mientras dure la sesión asamblearia, la actividad académica está interrumpida. De esta manera, los asalariados de la universidad se suben a la limousine de una huelga de ricos sin que paguen nada por el alquiler del vehículo.

 

Estos huelguistas de ocasión son la pera limonera. Los trabajadores que respetan el derecho a la huelga conocen su precio. Y ahí los tienen. Mineros, albañiles, panaderos y todos los oficios apuestan por el paro a costa de su salario. Estos señoritos sevillanos, no. La asamblea les permite estar en misa y repicando. Lejos de aceptar el cinismo que les aureola, se hacen pasar por obreros que desayunan en el Alfonso XIII.

 

Si tuvieran lo que hay que tener, clausurarían la asambleíta y, a pecho descubierto, lucirían la escarapela del trabajador que lucha por su economía. Salvo, claro está, admitan su condición de defraudadores. No se puede ser rinconete ni cortadillo cuando se presume de caballero honrado y noble. O una cosa o la otra. Van de divinos y no son sin humanos de rastreros vicios.

 

Un saludo.

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