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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LA CRÍTICA Y LA IRA

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 Afirmaba Fuller, mucho antes que Schopenhauer, que un hombre no debe airarse ni por lo que puede remediar ni por lo que no puede remediar. La filosofía es la ciencia de la sabiduría que jamás se alcanzará. A no ser, claro, que nos dejemos mecer en la cuna del determinismo. Ocurre a los iracundos como a los borrachos: que cuando se someten a la adormidera de la inconsciencia,  la verdad aflora con más descaro. Sin embargo, en estos momentos de pérdida pasajera del raciocinio, la cordura es pasada a cuchillo por la irrefrenable ofensiva de esa ira convertida en injuria desatada. La ira nos lanza a la temeridad y al arrojo pero acaba sumiéndonos en el odio.

 

Mis recientes artículos sobre el caso Bárcenas y sus demoledoras consecuencias me obligan a meditar sobre su alcance. Ejerzo la crítica desde la penumbra de mis luces. No me dejo llevar por la cólera y procuro hacer de la reflexión mi palanca de mover mi mundo. He pedido la dimisión de Rajoy e incluso la convocatoria de elecciones generales si el presidente no da explicaciones convincentes sobre los ingresos y los pagos publicados por el periódico El País. Desde mi punto de vista, todas sus declaraciones resultan, además de insuficientes, comprometedoras para la democracia. El dolor que me produce verter estos comentarios se mitiga con la creencia de que es mi deber contribuir a la ejemplarización de la vida pública.

 

Durante los años de gobierno de Zapatero, he dado la cara, para que me la rompieran, a favor del Partido Popular. Si mis diatribas, algunas de dureza contrastada, contra el Partido Socialista han servido para espolear la actitud resignada de tantos conciudadanos, mala persona sería yo si ante la contemplación de las corruptelas de los sobresueldos, diera la callada por respuesta. Abomino de los dirigentes del Psoe que han convertido las instituciones en un albañal. Del mismo calibre es mi repulsa hacia la cúpula del PP que ha debido y podido limpiar la casa de la decencia y, sin embargo, ha preferido esconder la basura de unos cuantos bajo las alfombras y en los rincones.

 

 La función última de la crítica es que satisfaga la función natural de desdeñar, lo que conviene a la buena higiene del espíritu. El maestro Pessoa  nos enseñó que, para la buena higiene del espíritu, la crítica ha de satisfacer la función de desdeñar, esto es, tener a menos juzgándolo por indecoroso, mostrar indiferencia y despego denotando menosprecio.

 

La crítica airada pierde su valor de juicio ponderado y se alinea en las filas de la maldad. Con todo, el despecho o la decepción son malquerencias que el ánimo engendra cuando uno advierte el desengaño sufrido en la consecución de sus deseos. Es posible, muy posible, que esta crítica hacia el partido del Gobierno, proyectable hacia cualquier institución, esté alimentada de mi disgusto, de mi sentimiento vehemente, por la actitud de aquellos a quienes confié la fuerza de mi voto. La presente no sería, pues, la crítica de la ira pero sí de la desesperación por el precipicio que nos aguarda.

 

Porque ¿en adelante, qué? ¿Qué nos espera a los que confiamos en la democracia? Me reitero. Por el bien de los valores cívicos, los golfos, del signo que sean, deben ser extrañados de la vida política. Y esta expresión, ésta sí, está preñada de enojo, de desagrado, de exasperación y de rabia.

 

Un saludo.

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