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Francisco Velasco. Abogado e historiador

YO ME CREÍA…

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El ex ministro Sebastián, de la troupe zapateril, ha declarado en un  medio televisivo nacional que él se creía que… Se creía. No tenía certeza y apuntaló su política en sus creencias. Es la fe del carbonero cuando el carbonero está sucio por razones distintas al contacto con la veta hullera. Se creía, qué risa marialuisa.

 

El infantil Zapatero se rodeó de un gabinete de ineptos que cojeaban por el norte, renqueaban por el sur, cobraban por el oriente y ponían el cazo por el Atlántico. Preparados e inteligentes, casi ninguno. Listos, todos. Pillos y sabihondos, a disputar el cetro. No se enteraron de la crisis de 2006 ni de 2007 ni de 2008 ni de 2009. El albañil más modesto, el arquitecto más solicitado, el director de banco más provinciano, el distribuidor de materiales de construcción más neófito y todo el mundo empresarial sabían, desde entonces, la debacle que se avecinaba. El Gobierno de Zapatero seguía instalado en la nube de la vergüenza profesional. Se creían.

 

Miguel Sebastián, que iba de progre sin corbata, dice que él creía que la banca española formaba un sistema financiero impecable, digno de encomio y sujeto de admiración por sus colegas de otros países del mundo mundial. Como Zapatero situaba a nuestro país en la liga de campeones, el cómplice de la necedad mantenía el dedo mirando al sol. El ilustre cabecilla de la estupidez gobernante no ha reparado en atribuir al cacique imperial José Blanco, –Pepiño, el del caso Dorribo, ya me entienden- la frase de “con los bancos hay que tener paciencia infinita”. De esta manera, el esclarecido prócer psoecialista se contradice. Cómo va a creerse la grandeza de la banca española  si estaba alertado por la superioridad de lo que había que hacer/decir sobre nuestro sistema financiero.

 

Se creía. En ninguna empresa que se precie, un directivo puede actuar en base a lo que él se cree. O fundamenta sus decisiones en hechos y derechos indiscutidos o lo ponen en la calle al menor atisbo de intuición malograda. Ya en 2009, el señor Sebastián refería en el mismo medio que la banca “ha sido la causante de la crisis” y que “al gobierno se le está acabando la paciencia con la banca”. Tipos con este rostro los habrá por miles. Ministros con este descaro, sólo unos pocos. La mayoría formaba parte del holding político de Zapatero. No es casualidad. Su compromiso de distribuir veinte millones de bombillas dentro de su plan de ahorro energético constituye una oda desgraciada al desgobierno de España. Bombillas apagadas e inservibles. Una metáfora en toda regla.

 

Miguel Sebastián me recuerda a algunos mitómanos. Miente tan compulsivamente que llega a creerse sus propias mentiras. No es un mentiroso normal. Trata de impresionar. El problema no se instala sólo en la falsedad. No. El problema reside en que la falsedad invita a pensar que el embuste declarado es de más nefastas consecuencias que el que intenta ocultar.

 

Se creía. Sin embargo, millones de españoles estábamos convencidos del desastre. Y el desastre llegó. No es que nos lo creamos o no. Es que vivimos bajo los efectos de esa hecatombe propiciada por ministros como Sebastián y presidentes como Zapatero. Para llorar.

 

Un saludo.

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