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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL CRACK LLEGA AHORA

 

La vida nos enseña lo que los libros nos soplan. Abrazar una columna dórica del Partenón es acercarse al Fidias que conocimos a través de láminas impresas. Por mucho colorido que los ilustradores incrustasen en ellas, la proximidad a la pieza originaria forma parte del acervo vital que todos pretendemos alguna vez. Cuando niños, aprendimos a amar a "Gilda" Hayworth a través de la pantalla grande del cine de barrio sin que en nuestro horizonte más fantasioso cupiese la simple idea de tenerla cerca. Lo imposible se hacía mito y el mito se diseñaba en aquellas mágicas sábanas murales que azuzaban nuestras fértiles imaginaciones infantiles.

 

Es verdad que la crisis económica nos acucia. A unos más que a otros. A los parados de largo recorrido, les sobrecoge la ruina que se cierne. A los pensionistas, la fragilidad de su mísera paga les aporta pesadillas diurnas. Los empleados públicos sufren el castigo de haber superado unas Oposiciones muy duras. Acaso éste sea el sino más doloroso de la época. La medalla al valor no es una condecoración de premio. Se carga con más peso al que cumple, al abnegado, al que se esfuerza. Por eso es que Dios castiga a los malos y premia a los buenos, y no al revés.

 

La economía actual se arrastra. Es sabido y no discutido, salvo que algún otro cretino reentronice la demagogia más zapateril. La administración de nuestras finanzas está en manos nefastas y en testas desquiciadas. Se rehúye el control y se abraza a las farolas sindicalistas. Se atiza el sueño independentista y se traspasan enormes sumas a los caciques de las tribus autonómicas. La reconstrucción de aceras se convirtió en leif motiv de la política más esperpéntica. De la noche al día.

 

El demócrata dialogante de dos meses antes se ha tornado tirano que gobierna por decreto. Ha cambiado de opinión veinticinco veces en el plazo de unas semanas. Reducir el déficit no pasa por eliminar ministerios escorias, asesorías infestas, embajadas separadoras, salarios de sátrapa, cajas politizadas, bancos ruinosos, subvenciones disparatadas y un largo etcétera de horrendas medidas de cartón piedra. Reducir el déficit significa aplastar al contribuyente con impuestos de señor feudal, recortar salarios a los funcionarios  y empleados públicos, reducir pensiones a nuestros mayores y abaratar despidos en la clase obrera. Un desatino, Moratinos.

 

Hasta ahí. Hasta el fondo. No. Hasta el fondo, no. A partir de septiembre, España se va a enfrentar al otoño más tórrido de los últimos cincuenta años. La izquierda de broma representada por el PSOE considera un disparate a la izquierda de circo que se encarna, asimismo, en el PSOE. Ellos mismos, los pirómanos de Zapatero, rechazan que los bomberos de Zapatero tengan la más mínima posibilidad de potenciar el empleo. No sólo va aumentar el paro, es que se precarizará el trabajo, se restará disponibilidad a la renta de los trabajadores, se irá al traste la seguridad social y los roces entre ricos y pobres tomarán carta de naturaleza.

 

En el mundo de la farándula, se desea “mucha mierda” al debutante. En la vida real, ese deseo no es de recibo, máxime cuando la economía expele esos olores y el servicio de limpieza, lejos de cumplir su función de asepsia, se empeña en expandir los excrementos.

 

Urge un cambio directivo. Vía democrática, pero sin dilación. La pandilla que desgobierna debe dejar paso a un equipo que administre. Será la primera muestra de patriotismo que uno aprecie en Zapatero. Cual afectado por el síndrome de Estocolmo, le agradeceré eternamente el gesto. Caso contrario, que Dios nos coja confesados. Tras el verano, nos acecha una vida de estiaje. Ni agua.

 

Un saludo.

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