EL MUNDO DEL ESPECTÁCULO
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Sacudirse pulgas. La facilidad de excusarnos es proverbial. Nada malo nos es imputable. Por supuesto que sí lo bueno. Ley universal del desparpajo. Sea yo inocente y que se mueran los culpables.
Según José Sacristán, actor de variada trayectoria profesional, y a fe mía que muy bueno, la subida del IVA es un golpe mortal al mundo del espectáculo. Vaya. Las dotes interpretativas del excelente protagonista de Flor de otoño o La Colmena no casan demasiado con su análisis de la realidad cultural. Ocurre con frecuencia que el cómico sufre un conflicto de personalidad. Otrora, solía creerse su propio personaje. En la España de los últimos treinta años, la paranoia conduce a otro tipo de confusión. El farandulero asume la personalidad del autor. Mala cosa eso de entender el deseo como realidad o de llamar ilusión a lo que es una alucinación de libro de psiquiatra. A Sacristán le viene pasando algo de esto desde que abandonó la vis atractiva de su gracia de cateto y se sumergió en la ola del dramatismo figurante. La intelectualidad no está reñida con el oficio de histrión pero ni aquélla se subsume en éste ni éste comporta rasgos de la otra.
Al tiempo que esta neura se apodera de su psicología e incluso de su idiosincrasia, la víctima de su batiburrillo cerebral asalta las murallas de la política y, por supuesto, pone su indiscutible popularidad al servicio de la izquierda más ricachona y peor libertina. La cultura anida en exclusiva entre la casta de guerrilleros que visten en tiendas de Versace el uniforme del Ché o la camisa roja de Chávez. Sin darse cuenta, actúan como los niños que idolatran a su futbolista preferido o a los fans que pierden los nervios y la voz en presencia del artista pop de actualidad. Son de izquierda y nadie puede competir ni discutir con su olimpo enajenado de la honradez, de la cultura y del progreso.
Sacristán podría haber sido un icono de la cinematografía española como lo fueron Alfredo Landa o José Luis López Vázquez. Sin embargo, se ha quedado en un escalón inferior. No porque sus dotes de actor no estén a la altura de los nombrados. En absoluto. Porque ha entrado a formar parte del pelotón/pelotín de los dependientes de la mala praxis de la subvención gubernamental del Psoe. Y claro, cuando el síndrome del partidismo penetra en el bolsillo del actor, ahuyenta la autenticidad de su discurso y el público pone en solfa la verosimilitud de su representación.
El mundo del espectáculo no está muerto. Todas las películas que interesan al público acaban arrojando excelentes dividendos a sus productores. La inmensa mayoría de las obras pagadas con erario público mastican el polvo de la indiferencia y del olvido. He ahí la cuestión. El veintiuno del impuesto de valor añadido no mata al show business. Niveles de calidad arriba o abajo, el cine español era un esperpento que hacía de la memoria histórica de la guerra civil un imposible género del oeste en el que los indios, la derecha en este caso, siempre eran los malos y los cowboys, la izquierda de Armani, constituían el núcleo feraz de la civilización y de las libertades.
La subida del IVA me parece, en general, una medida negativa. Para todos los consumidores. No sólo para los cinéfilos. La brutalidad y la torpeza de la decisión del gobierno de Rajoy no radica en su flanco teatral. Nada de eso. Es mucho más. Zapatero y el Psoe sí fueron torpes y brutales. De ese terral vienen estos fangos. No le escuché quejarse de la política de ese período. No me acuerdo si usted formaba parte de la legión de los que gesticulaban sus manos con la ceja. Sí me resulta incuestionable que la subvención ha hecho un flaquísimo favor a ese mundo del espectáculo cuya muerte usted atribuye, sin fundamento y con mala leche, al IVA. El del Partido popular, claro.
Lo dicho, señor Sacristán. Zapatero, a sus zapatos. José Luis nunca será Azaña ni usted jamás podrá ser Arthur Miller.
Un saludo.
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