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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LAS RANAS DE BOLONIA

Peter Senge. La Quinta Disciplina. Me lo acaba de invocar José Manuel Atencia en su artículo de El País de hoy. Bolonia. Plan Bolonia. La fortaleza de las mentiras que se quieren pasar por panaceas. Me explicaré.
La Declaración de Bolonia, suscrita en 1999 por 30 Estados de Europa, fijó las bases para construir el Espacio Europeo de Educación Superior. Los principios que animaban este proceso eran los de calidad, movilidad, diversidad y competitividad. El objetivo de este Plan de convergencia es, de un lado, facilitar el intercambio de estudiantes y titulados en los países de la Unión y, de otro, adaptar el contenido de los estudios a las demandas sociales. El Plan Bolonia persigue, en suma, un cambio de mentalidad. Hasta aquí, todo perfecto, todo utópico. Ahora viene la distopía, esto es, lo "que podría ser" constituye la base de la visión de un mundo peor que el nuestro, porque expresa miedo a la aparición de una sociedad gobernada por una élite dirigente que aplasta al individuo, o miedo al surgimiento de sistemas políticos o sociales tan varios como el socialismo, el comunismo, el fascismo, el fundamentalismo religoso, etc. Nunca el conocimiento inspiró otro temor que el que puede llegar por el ataque de ignorantes externos. A río revuelto, ganancia de pescadores. Si las ranas son los estudiantes, y seguimos a Senge, ya los inspiradores de Bolonia han cometido el primer gran error, que es el de meterlos a todos en el agua caliente de la olla, en vez de ir construyendo el Plan pasito a pasito, como se ha venido haciendo Europa desde mediados del siglo XX. Y claro, como los batracios, los estudiantes están pegando saltos, ahuyentados por el calor de un ambiente nada propicio. Estos inspiradores, o quizás sus propagandistas, están fallando desde la base intelectual: si las ranas se meten en la olla de agua fria y, paulatinamente, se va incrementando la temperatura del agua, acabarán acostumbrándose a ese calor hasta aceptarlo y morir en la confianza.
Detectado el problema procedimental, acaece otro problema, esta vez de fondo. Me refiero a los principios del Plan. Por ejemplo, si nos atenemos al principio de calidad, me pregunto qué se entiende por calidad y, a continuación, qué universidades españolas o europeas tomamos como paradigmas educativos para fundamentar nuestra elección. Pero no, hala, a hablar de calidad a ver si de tanto repetir el término nos creemos que somos guapos sin pudor de desvirtuar el propio concepto. Aunque no se responda a estas preguntas iniciales, quién se encarga de evaluar y acreditar esa garantía de calidad¨. Si me responden que la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA), es que la falacia se aposenta de terrenos más amplios. Por ejemplo, ¿cómo mide la ANECA la calidad de la enseñanza de la Historia en la Universidad de Jaén y en la de Sevilla o en la Complutense de Madrid, a través de sus profesores, de sus publicaciones, del número de suspensos, de los doctorandos, de las investigaciones,... Explíquense. Informen con fundamento y transparencia. Digan concretamente la calidad que se persigue y sus manifestaciones materiales. En caso contrario, callen hasta que encuentren una fórmula adecuada. La calidad es un fin tan rico pero al mismo tiempo tan indefinido y etéreo, que se usa en vano.
 El Plan Bolonia trae a mi memoria la LOGSE. Esta ley educacional contenía una base sociopedagógica equiparable a un Fórmula 1 de las normativas. Sin embargo, las secuelas perjudiciales de la misma son visibles 15 años después de su implantación. ¿Por qué? Porque falló su carácter sistémico. ¿Qué significa eso? Que una mesa de tres patas carece de estabilidad si sólo dispone de dos o si una de ellas presenta una cojera pronunciada. En cuyo caso, los objetos que se coloquen sobre su superficie corren el riesgo de caer y romperse. Imagínense que se trata de copas de cristal de Bohemia o de vajillas inglesas de la mayor calidad. Con la LOGSE, Felipe González cometió un pecado de soberbia, en tanto nos vendió, a través de sus infames voceros, un coche de lujo con neumáticos recauchutados, motor de turismo antiguo y carburante de pocos octanos. Pero al mismo tiempo, incurrió en un pecado de apariencia vana y de falta de cordura pues en ninguna familia trabajadora, los ingresos permiten sostener el coste de un vehículo de tanto lujo.
 El Plan Bolonia, me temo, sigue por camino similar. Comprendo, y apoyo, las protestas pacíficas de los estudiantes pues con el porvenir no se experimenta. Para poner bombas de alcance, los políticos pueden irse al campo, allá donde sus efectos no causen bajas en el bando amigo.
Un saludo.

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