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Francisco Velasco. Abogado e historiador

COCHES OFICIALES

 

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En la España de la pandereta política y de la charanga gobernante, las palabras de los dirigentes se afilan hasta herir. La señora Soledad Becerril, Defensora del Pueblo, no es consciente del filo de su lengua. Es probable, incluso, que su pensamiento circule por derroteros distintos y esté convencida de la beatitud de sus declaraciones. Un problema añadido a los miles de cuestiones que los ciudadanos imputamos a la casta política independientemente del partido. No es lo mismo estar solo que ser un solitario. Soledad está muy sola.

 

Mariano Rajoy ha buscado a la exalcaldesa de Sevilla un retiro de lujo. Es el premio a una vida al servicio del Pp, que no a la satisfacción de los intereses generales. Si algo fastidia al común de los españoles es que traten de vender como jamón lo que no es sino tocino de calidad escasa. Y cuando los vendedores se ponen de acuerdo en la calidad del producto, malo sobre peor si se tiene en cuenta que los comerciantes lucen la escarapela de los dos grandes partidos nacionales. Por la boca muere el pez, comencé el artículo. Muere por la boca, sí señora.

 

La señora Becerril se enorgullece de su decisión de suprimir los gastos de protocolo y de asumir desde el interno de la institución cualesquiera informes y estudios que no precisen de una especialización singular. Pero bueno, al sentido común se le denomina cambio y a la funcionarización del trabajo se la denomina austeridad. Con todo, lo que más me fastidia del tema es la frivolidad con que se trata. De seis coches oficiales, a tres. Bueno, bueno. Y por qué no se deja en uno solo o incluso se toma un taxi o se viaja en metro. Qué es eso de tres coches. Quiénes son los tres altos cargos de la Oficina que se benefician de vehículos, seguro que de alta gama, que pagamos los contribuyentes. A veces, algunas veces, el cantor tiene razón.

 

Somos muchos los españoles que opinamos que, a juzgar por la trayectoria de esta institución, su papel es irrelevante. No se rechaza el ser del organismo, sino el estar y el recorrer. Pura entelequia de soluciones en un mundo de problemas candentes y concretos. Demasiado bagaje para tan poca caballería. Las administraciones públicas se pasan por la axila las advertencias de los defensores y éstos aceptan el reto bajando los brazos y mirando hacia paraísos verdes. El mal estatal se proyecta hacia la peoría autonómica y hacia la patología local. Por doquier surgen figuras que defienden al pueblo, al ciudadano, al consumidor y al cliente pero ninguna justifica la nómina que por su nombramiento reciben, que no por la eficacia de su gestión.

 

Porque la Defensora del Pueblo no está sujeta a mandato imperativo alguno, Soledad Becerril tiene la oportunidad única de eliminar los gastos suntuarios en su totalidad, incluidos portátiles de última generación, móviles de alta tecnología, asesores de estratosférica paga y pobre rendimiento y... coches oficiales con sus correspondientes chóferes. No conozco a currito alguno que viaje a cuenta del erario público. Que yo sepa, Soledad tampoco lo hace. Por qué ahora ha de someterse a las condiciones de su cargo si no recibe instrucciones de ninguna autoridad y desempeña sus funciones con autonomía. Por qué.

 

Obras son amores, doña Soledad. Los coches oficiales, dispuestos para su venta en subasta al mejor postor. Sin trampas ni cartón. En los parques móviles de los ministerios, establezcan despachos para hacer seguimientos a los listos que viven del esfuerzo ajeno. Detectados los miles de culiparlantes, a la calle. Así se defiende al pueblo.

 

Un saludo.

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