DEFENSA INSTITUCIONAL
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Los robespierres franceses, matarifes que no revolucionarios, materializaron históricamente la ambición decapitadora de muchos sujetos que lustran el hacha afilada que corona su vocación de verdugos profesionales. Lo interesante era cortar cabezas. Hoy, también.
Hoy es el turno de cargarse a las Autonomías. Confunden la cabeza del animal con la res. No obstante, la palma de los cañonazos se la llevan las diputaciones provinciales. Semilla del diablo que hace germinar y crecer la corrupción política provincial y nido de víboras en el que se refugian asesores inútiles y amortizados políticos. Con lo fácil, democrático y legal que sería descabezarlas de golfos y de estómagos agradecidos. Sin más dificultades procedimentales que las de despiojar pelambreras que nunca conocieron las virtudes de un buen champú.
La crisis ha cambiado el dorribo por el blanco. Las Comunidades sufren la ira freudiana de quienes nunca entendieron el Título Octavo de la Constitución. Y ello, porque estos entes administrativos se han convertido en pequeños reinos taifas en lugar de reductos descentralizados procuradores de la cercanía al pueblo. Con reyezuelos como los existentes que malgastan lo que no ingresan y que se meten en el bolso los tributos del pueblo, el común vuelve a errar en su diagnóstico. Las malas no son las Autonomía, sino la gentuza que las ha prostituido. Alimañas inmorales que potencian los avisperos de conspiradores, que hacen de la justicia leña, de la enseñanza, escarnio y de la sanidad, llanto.
Los robespierre del siglo XXI extienden la llama de la extirpación de los partidos políticos. Se quejan de que la democracia es víctima de la partitocracia. Pues sí, pero no tienen en cuenta que estas formaciones son fundamentales en un sistema de fuerza soberana del pueblo. A día de hoy, algunos alimentan en su seno a banderías mafiosas. Pues a la calle con ellos. Los nefandos, a la calle. Los buenos, que se les haga sitio. Con esta manía exterminadora, mañana acabaremos volando la caja torácica territorial de la nación española. De ese modo, habremos hecho el trabajo sucio a los etarras y parásitos de la banda asesina. Asimismo, habremos picado el anzuelo de la izquierda de vodevil. Con lo fácil que es destituir, sin privarle de su testa, a los incompetentes que se colocan al frente de las instituciones.
Lo demás es alentar la represión, castigar desde el poder y con el uso de la violencia, el libre ejercicio de la libertad y de la igualdad que la adjetiva. Eso sería el suicidio de la democracia. El mismo pueblo firmaría el decreto de muerte de su soberanía como un Robespierre de vía estrecha que decide suicidarse.
Un saludo
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