CONFORME A NORMA
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Es Dívar. Señalado está. Si tuviera dignidad, ya habría presentado la dimisión. No lo ha hecho pero está al caer. Estoy convencido de que no ha cometido delito alguno. Igual que estoy seguro de su culpa en el modus actuandi. Son las normas las que marcan la frontera entre lo penal y lo administrativo. Las conductas determinan, en cambio, la falla entre la ética y la estética. El proceder de don Carlos abjura de lo ético y repugna a la belleza. Con todo, no existe crimen y, en consecuencia, no cabe pena.
Más vale tarde que nunca, sobre todo si la dicha es buena. El señor Dívar está invitado a desalojar la presidencia de la más alta magistratura judicial del Estado. Rechazarla sería un despropósito incalculable. Aceptarla constituiría un acto de buen perdedor que quiso jugar con cartas marcadas y fue pillado antes de que la partida se celebrara. Sin embargo, como jugador de rol, tiene la obligación moral de no marcharse en solitario. Si ha de partir, que embarque en su navío a los otros participantes en las corruptelas que le imputan. Perdida la batalla personal, puede ganar la guerra de la vergüenza. Las cuentas de todos sus compañeros de puñetas, sobre la mesa. Viajes, dietas, escoltas, semanas caribeñas y, en fin, toda la trastienda de los hacedores de jurisprudencia.
Doña Margarita Robles es un modelo de psoecialismo. La que fuera compañera de Dª María Teresa Fernández de la Vega durante el superministerio de Belloch, ha mamado la fraseología del partido de Felipe González y suelta alguna paparruchada de padre y señor mío. La destacada miembro del poder judicial admite que Dívar actuó conforme a norma pero que en política las apariencias se imponen a la realidad. Por eso, la excelentísima señora se torció el cuello durante su mandato en la Secretaría de Estado, por mirar a lado distinto de donde se fraguaban los GAL, los fondos reservados, el caso Roldán y tantas otras bestialidades políticas que, todavía, nos estremecen. La memoria selectiva de la señora Robles nos deja perplejos. Para mayor escarnio, la señora juez se atreve a decir que Dívar no es un corrupto. Mire, distinguida señora, mire el diccionario. Lea la definición sobre el vocablo corrupción. Escríbalo cien veces a ver si lo aprende: práctica consistente en utilizar funciones y medios de las organizaciones públicas en provecho de sus gestores. Sic. Ser corrupto no comporta ser delincuente. Los hay. Por ejemplo, los corruptores de menores. Todo corrupto no implica ser delincuente pero todo delincuente sí es corrupto.
Y qué pasa con el señor Gómez Benitez, experto en explosiones ajenas y desactivador de bombas propias. Nada. Aquí no pasa nada. Ojo. Que me importa un bledo que su denuncia contra Dívar obedezca a fines espurios. La cuestión no radica en el interés personal del caballero, sino en la veracidad de los hechos. El amigo de Garzón no se autodescalifica por su ojeriza hacia el presidente del Consejo General. En absoluto. Su credibilidad descansa ya en la seguridad de las actuaciones, ya en su limpidez personal, ya en la certeza de que ningún otro de sus compañeros se ha bañado desnudo en jacuzzis de cinco estrellas con cargo a los presupuestos públicos.
Conforme al principio de la buena fe, el señor Dívar debiera abandonar su cargo institucional. Se le pide que en la travesía se lleve a todo el personal que pueda haber cometido las mismas fechorías que a él atribuyen. Sean del poder judicial o del poder legislativo. Normas éticas que muestren el mecanismo rector de los comportamientos individuales. El de los jueces del Supremo y del Consejo General del Poder Judicial.
Un saludo.
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