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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LAS RECTIFICACIONES DEL NECIO

Pasa de un lado a otro sin ton ni son. Se bandea porque sí. Zangolotea. Lo que digo hoy vale el tiempo que sea menester. Ningún valor absoluto reside en el cerebro de un soberbio enfermizo. Incluso Felipe distinguió entre la sabiduría del que rectifica cuando yerra alguna vez, de la necedad del que rectifica constantemente porque jamás acierta.


 Hacerla y no enmendarla. Equivocarse y no rectificar. Errar y enfangarse en el error. Estas expresiones, tan humanas, adquieren una dimensión gigantesca en la clase política. El problema es que las susodichas expresiones manifiestan actitudes y las actitudes son la antesala del acto. Acto. Acción. Ser o no ser. He ahí la cuestión. Dícese que de sabios es rectificar. Dícese que de humildes es corregir. Inteligencia y ética. Ética e inteligencia. De un valor -la ética- y de una cualidad -la inteligencia- están ayunos los políticos. Su orfandad ética e intelectual halla uno de sus máximos exponentes en las leyes que ellos redactan y que, a la luz de sus defectos o de sus carencias, no revocan.


El camaleonismo político podría interpretarse como flexibilidad. Es cierto. Sin embargo, cabe esa acepción cuando se supera la rigidez a base de una buena dosis de diálogo y de negociación. Mas en defecto de lo anterior, el camaleonismo se instala en la volubilidad, en la arbitrariedad, en el capricho. Y cuando esto ocurre, el Estado de derecho deja la luz, se adentra en la oscuridad de la caverna y allí, entre las rejas de la prisión, contempla cómo la tiranía guarda la llave. Siete llaves al sepulcro del Cid, demandaba el regeneracionista Joaquín Costa. Tradición frente a modernidad. Falacia inmunda. Como si fueran conceptos incompatibles.


En España, gran parte de la llamada intelectualidad ha bailado al son de la política. Así nos ha ido. Así nos va. Siete llaves, como siete días a la semana o siete días de la creación o siete sacramentos o siete notas musicales o siete pecados capitales o... Setenta veces siete perdones, refería el Evangelio. No basta. Rectificar comporta asumir el error. Siete llaves al Cid, sí. Siete llaves a la justicia, no. Algunos saben más que siete. No más que los siete sabios de Grecia. No. Más que los 40 ladrones de Ali Babá. Sésamo abre las puertas. La palabra es la llave del tesoro. Pero el tesoro no es la palabra. El tesoro es el poder. Alí Babá nos ha robado el poder al pueblo. El gran tesoro del pueblo es su soberanía. Nos la han arrebatado los siete mil hijos de la gran política ladrona. Qué van a rectificar.


Ni la miseria les lleva a la contrición. Nos han despojado del tesoro y, en nuestro nombre, yantan, liban y folgan, que dirían los clásicos del Dieciséis. En nombre del pueblo, hablo, miento, peco o delinco. Ahora y siempre. Por los siglos de los siglos. Rectifica alguna vez el listillo y mil el golfo. Cuántas veces lo hizo Zapatero. Es el sabio. Es el necio. Es el listillo. Es el golfo. No han sido siete. Ni setenta veces siete. Acaso lo hubiéramos perdonado como buenos samaritanos. Al menos, el doble. Lo malo es que si sigue, la cifra traspasará el nivel conceptual y alcanzará la categoría de bandido. De banda. Que no rectifique más. Será la señal de que se fue. Nos hará ese favor a los españoles. Me temo, como advierte el presidente cántabro, que éste no se va.


Siete pares. Siete suelas. Un siete en el bolsillo y otro en el corazón. Zapatero que no enmienda, menos remienda. Por más que, en realidad, sea eso: un zapatero remendón pero mendaz.


Un saludo.

 

 

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