SANTANA, ROMERO, ENRIQUE
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Dos cuadros de Santana impregnan de categoría el salón de mi casa. Uno de ellos está firmado cuando el hoy reconocido artista firmaba como Romero. El otro sí lleva estampado el nombre de la celebridad. El marketing no engaña, sin embargo, al arte. Santana fue, primero, Romero y, antes que nada y sobre todo, Enrique. Un tipo de origen humilde, de alma ingenua, de inteligencia despierta y de sensibilidad desbordante.
Enrique decidió establecerse en Chicago. La belleza de su Lepe natal no pudo sujetar sus ansias de exploración de territorios distintos, de culturas antagónicas y de mentalidades que compiten entre la velocidad de los neutrinos y la de la luz. De vez en cuando se acerca a respirar el aire de su tierra antes de volver a sumergirse en las aguas frías y profundas de Norteamérica. Ahora está en Huelva. Exponiendo sus cuadros y motivando sus composiciones.
He aquí la diatriba. Enrique gana a Santana cuando insufla al pintor su silencio interior y exhibe sin palabras, en imágenes elocuentes, la riqueza de sus emociones. En cambio, cuando el artista consagrado quiere explicar su obra, estrangula a su yo creador. Acaso sea el sino de los que, alcanzada la justa fama, sucumben al precio de la gloria. Les ocurre lo que a la tortuga salvada de la sequía por una pareja de ánades, que no resistió a la tentación de la boca.
Enrique se manifiesta en sus marinas y en sus bosques. Barquichuelos zarandeados por una tempestad que se experimenta y árboles humedecidos por el rocío de la mañana que otorgan vida propia al bosque. Paisajes urbanos increíbles. Soledades machadianas (Deshójanse las copas otoñales/del parque mustio y viejo./La tarde, tras los húmedos cristales,/se pinta, y en el fondo del espejo) románticas que no han de caer en el gongorino poema (Pasos de un peregrino son, errante,/Cuántos me dictó versos dulce Musa/En soledad confusa,/Perdidos unos, otros inspirados.). Dónde Enrique. Dónde Santana. Romero, en medio.
“Tránsito de la luz impresiona”. Decía Monet: "Cuanto más viejo me hago más cuenta me doy de que hay que trabajar mucho para reproducir lo que busco: lo instantáneo. La influencia de la atmósfera sobre las cosas y la luz esparcida por todas partes". Monet no conoció a Santana. Mucho menos a Enrique. De ser posible el encuentro, ambos coincidirían en el aborrecimiento por las cosas que salen bien al primer intento. El maestro francés logró representar el tiempo en la pintura, la cuarta dimensión en el lienzo. El paso de la luz sobre su catedral normanda. El tiempo. A expensas de la nube curiosa, del rayo pleno del sol, de la niebla de la mañana.
Santana es un grande. Romero no desmerece del elogio. Enrique supera a los dos. Y ello porque, parafraseando a Aristóteles, el estagirita, Enrique da cuerpo a la esencia secreta de las cosas por encima de copiar su apariencia.
Un saludo.
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