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Francisco Velasco. Abogado e historiador

LEY DE TRANSPARENCIA


Madrid, veintiuno de enero. Soraya Sáenz de Santamaría paseaba tranquilamente con su marido y su bebé por una céntrica calle de la ciudad. Discreción absoluta. La vigilancia brillaba por su inidentificación. La vicepresidenta repartía sonrisas ante las felicitaciones de los transeúntes. Brillaba el sol y la primavera parecía haber suplantado al invierno. Quietud, claridad, normalidad, evidencia, manifiesto. Sin trampas ni cartón.

La señora Sáenz de Santamaría sorprende. Me asombra. A veces hasta me entusiasma. Rompe moldes de inteligencia, de categoría y de saber estar. Lo penúltimo, su defensa de la Ley de Transparencia. Puede ser la orfebre que labre, como una Ghiberti o un Cellini de nuestra política, la joya imposible de la responsabilidad de los gobernantes. Han de responder. Los españoles electos han de explicar sus acciones ante sus votantes y ante la sociedad toda. Ya basta de tomar con una mano y golpear con  la otra. Dolo y culpa. Acreditados. A continuación de las infracciones probadas, las sanciones tipificadas. Los gestores públicos no podrán irse de rositas como vienen haciendo en un número escandaloso. La buena praxis habrá de refrendarse en la ley de buen gobierno. Antes, un cuadro legal previo, cierto y escrito. No puede ser de otra manera. El que avisa, no es traidor.

Soraya lo ha anunciado. Se cocina una norma sobre transparencia. Si hay que ampliar el Código Penal, que la mano no le vacile ni la mayoría democrática tiemble. Si cabe inhabilitación, a efecto con todas las garantías. Si la pena comporta privación de libertad, bienvenida sea. Todo con tal de que la clase política no sufra los desmanes mafiosos de cierta laya de sus miembros. Lo preciso para que si alguien abre la puerta del mangoneo, encuentre la reja que impida su salida. De manera nítida. Con luz y taquígrafos.

La autoridad reside en el ejemplo. Soraya ha comenzado por su propia formación. Cualquier cargo público del PP encausado en un procedimiento judicial, perderá su silla. Compromiso que se firmará a priori como carta de adhesión a un contrato de cláusulas límpidas y no abusivas. Los indeseables, a la calle. Cuestión de ética, de deontología y de estética. Desterrados privilegios y tratos de favor. Imagen y honorabilidad, indemnes. Las de la persona y las del partido. La corrupción pierde sustancia vampírica al paso de la luz de la moral. Nada por encima del interés general. La sociedad que desprecia los valores cava la tumba de su decadencia. No son posibles los buenos jueces en país de malos legisladores.

La Administración dejará de ser una jungla espesa, oscura e intrincada. De cristal. Acero reforzado para la protección de datos. Fin de la oficina siniestra en la que el lumpen altofuncionarial destroza la credibilidad de los empleados garantes. Cuánto tengo y cuánto gano. Del inicio al final. Es el derecho ciudadano a la información y a la participación.

La palabra de Soraya Sáenz tiene peso. Su actitud, honrada y sencilla, también. La ley de transparencia iluminará más a ella y a su gobierno. Si la misma nunca se aprobase, acarreará a la vicepresidente los efectos contrarios. Sería la contrapartida. Porque, señoras y señores, obras son amores. Transparencia. Luz.

Un saludo.

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