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Francisco Velasco. Abogado e historiador

CAMPS NO ES CULPABLE


O sea, que es inocente. Un alambique, un mortero y un mazo. Destilar culpabilidades es tarea complicada. Destripar inocencias, juego de niños. El jurado popular considera no probada la recepción de los trajeados obsequios. Por mucho que la fiscalía clamase por su condena, los nueve  hombres buenos han considerado su absolución. Sidney Lumet dirigió aquella obra maestra del cine norteamericano: doce hombres sin piedad. En la historia de Camps no ha habido asesinato. Simplemente, casi nada, un linchamiento moral y político. Muchos detractores y difamadores nunca tuvieron su duda razonable. Son los dioses de la verdad y reserva de la inhumanidad. Es el síndrome enfermizo de los que se manifiestan sin lugar a dudas.  

Reducir la realidad a un concepto es un problema grave. Sobre todo porque la realidad es demasiado compleja y diversa como para ser reducida a una formulación lingüística. Sin embargo, los guardianes de la estampilla democrática se atreven a eso y a mucho más. La rectitud, la reflexión, la inteligencia, la inquietud e incluso la compasión constituyen cargas demasiado pesadas para soportarlas más allá de un improperio o de una descalificación. Si los medios vuelcan su potencial sobre un personaje, acaban convirtiéndolo en un ídolo de barro o en un monigote de feria. Eso de formar a la opinión pública es una idea doctrinaria. La intención es deformar cuanto más mejor. Manipular. A sabiendas. ¿Y si fuera inocente? Imposible.

La justicia democrática pasa por tener en la calle a un culpable antes que enchironar a un inocente. Guste, o no, el derecho obliga a pasar por ese arco. La contundencia de la fiscalía -qué cosas tienen algunos fiscales- colisiona con la decisión del jurado. El pueblo no ha visto la película filmada por Anticorrupción. Que si tantos trajes, cuantas americanas y no sé qué calzado. A ver si el ministerio público ha contemplado una serie de la ceja y el jurado no ha caído en la trampa tendida por los maniobreros. Los juzgadores del presunto delito han desestimado la existencia de una red de tráfico de prendas de vestir, como enfatizaban los acusadores. Que no hay pruebas, señores, que no las ha habido.

Y en esta tesitura de inocencia, la realidad vuelve a superar la ficción. El gran Garzón, que destapara la trama Gürtel, es devorado por su propia ambición. Los seguidores que se arracimaban para defender la inocencia del juez estrellado, han aprovechado la estancia para abuchear a los seguidores de Camps. Si hay que ir, se va, pero ir para nada.

Inocentes. Camps y Costa. Dos por el precio de una. Veredicto absolutorio. Lo siguiente ya se perfila en el horizonte inmediato. La jugada ha salido mal a los autores intelectuales de la misma. Una solicitud de culpabilidad hubiera permitido la prórroga en las elecciones andaluzas. Griñán y Chaves tienen que tragarse el sable de los EREs, la espada de la administración paralela, el puñal de los enchufes, la daga de las comisiones irregulares y el alfiler envenenado de las macrosubvenciones sindicales. No tenían corruptelas suficientes y absuelven al valenciano.

Lo dicho. Camps no es culpable. Es inocente. Mientras tanto, ningún jerifalte de la Junta de Andalucía se ha sentado siquiera en el banquillo. Acaso porque los fiscales estaban pendientes de la luna de Valencia. Se les ha ido el reo al cielo.

Un saludo.

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