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Francisco Velasco. Abogado e historiador

NO TIENEN REMEDIO

 

 Cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo. El instinto del demonio es, al igual que el del escorpión, matar. Da igual como te pongas. Al final, todo se reduce a lo mismo. A llevarse a un prójimo al otro mundo. No caben perdones ni excusas.

 

El informe no vinculante de un grupo de expertos nos deja boquiabiertos. Veintisiete grupos de expertos diferentes al nombrado por el Gobierno podrían emitir otros tantos informes notoriamente opuestos al señalado. Basta con disentir en el punto de origen de la historia que se esté fraguando.

 

El Valle de los Caidos es un símbolo de la historia reciente de España. En el interior de la Basílica yace el cuerpo del que fuera Jefe del Estado de España, el señor Franco Bahamonde. Sepultura distinguida para quien fue un santo y seña de la dictadura europea durante el siglo XX. Paradojas de la vida: su cadáver ocupa un lugar más amplio de tierra que los restos mortales de quienes combatieron por la República durante la Guerra Civil. Qué mayor ejemplo de igualdad que la muerte. El cementerio acoge a ricos y pobres, a buenos y malos, a demócratas y tiranos, al Generalísimo y al soldado más desconocido. Lo que la vida enfrentó, la muerte vincula.

 

Erigido en su momento como exaltación de la victoria del bando nacional, el Valle de los Caidos duerme el sueño de los olvidos. Despertar los recuerdos cainitas constituye una mala praxis. Si algo ha caracterizado al Gobierno de Zapatero ha sido, precisamente, su perversa intención de avivar fuegos de los que apenas quedaban cenizas. Cuando Machado escribió lo de “españolito que al mundo vienes te guarde Dios, una de las dos Españas ha de helarte el corazón”, presagiaba la venida de apocalítpcos que desayunan rencores y cenan venganzas.

 

Franco pasó a la historia del colectivo y ni los libros de texto del Bachillerato prestan demasiada atención a su figura. La aburrida izquierda antisocial construye fárragos de odio en vez de levantar quintaesencias de concordia. Persiguen trasladar, de abuelos a nietos, el enfrentamiento belicista que condenan con la boca chica y alientan con los hocicos de vampiro. En lugar de concentrar sus fuerzas y sus voluntades en contribuir a recuperar el estado del bienestar que se ha ido perdiendo, ellos, erre que erre, sacando brillo a la dictazurda del proletariado con menos hijos que ha contemplado el devenir de los pueblos. Qué importará a esta gente del psoe lo que sus políticas mafiosas han dispensado a los curritos de este país. Les basta con seguir chupando del bote público mientras canturrean la musiquilla de la internacional cuya letra ignoran.

 

Si lo que molesta es el nombre, cambiemos el de Valle de los Caidos y, en su lugar, bautícesele con otro que satisfaga a todos. Pero no cambiemos la historia. Interpretémosla con rigor pero sin fanatismos. Al paso que marca el escuadrón negro de los nostálgicos de la crispación permanente, en poco tiempo reclamaremos al Papa que venda a los magnates del petróleo la basílica de San Pedro del Vaticano y con los dólares recaudados se mitigue el hambre en el mundo. De esta forma, los mercenarios fascistas satisfarán otro de sus chacras vitalicios: eliminar a la Iglesia católica de la faz de la tierra.

 

No tienen remedio. No lo hay para quienes precipitan al pueblo entre los acantilados de su ignorancia. Sólo reconociendo las culpas, surtirá efecto el remedio. A esta banda de andrajosos de corazón, las razones tienen el color del dinero. Fuera del vil metal, Franco.

 

Un saludo.

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