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Francisco Velasco. Abogado e historiador

DRAGO

 

 El derecho de autodeterminación vuelve a ser objeto de debate. El problema no viene generado por la construcción de un foro de diálogo. El quid de la cuestión reside en la voluntad de que la vía del parlamento desemboque en el mar de los hechos consumados. En cuyo caso, nos adentraríamos en el océano de la independencia.

 

Me dirán que el derecho de autodeterminación tiene su origen en la necesidad de algunos seres humanos de alcanzar sus aspiraciones y de garantizar la igualdad de los ciudadanos. Y es verdad. Pero no toda la verdad. Debajo de ese derecho está la idea de nación. Y en esa idea mágica pero tramposa no puede caber todo. Los límites a los derechos de unos vienen dados por los derechos de los otros. De todas formas, en ningún caso, desde mi particular punto de vista, los derechos colectivos pueden imponerse a los derechos individuales. En ningún caso.

 

Cuando sucede lo contrario, el concepto pueblo se desprende de su sentido de libertad y adopta la forma de grey humana. Es más: de seguir esta línea de pensamiento y lo, que es peor, de ejecución de ese albedrío, cualquier minúscula aldea, la más pequeña pedanía de la geografía local está legitimada para ejercer ese derecho de autodeterminación. De esta forma, la globalidad se rinde a la tribalidad y retrocedemos en el tiempo hasta la prehistoria. Clanes y tribus. Pues muy mal. O muy bien. Quién sabe, a la postre, lo que el destino que el hombre fabrica depara a este mismo hombre metido a constructor y también a destructor. Quién sabe.

 

Drago. Ministro argentino de principios del siglo XX, enunció una teoría que lleva su apellido. Básicamente dice: ningún poder extranjero puede utilizar la fuerza contra una nación a los fines de hacer efectivo el cobro de una deuda. A una nación de América se refería. A Venezuela, en este caso, cuyo presidente rechazaba pagar a las potencias europeas la deuda contraída con ellas. Coincidía en el tiempo con la doctrina Monroe, la de América para los americanos. América del Norte, claro. Porque Estados Unidos no apoyó el impago, como era de esperar en un país acreedor de medio mundo.

 

Las deudas se pagan. Son reglas de juego sagradas. Zapatero podía pasarse la deuda por la taleguilla de su discurso vacío. Sin embargo, en el póker como en los naipes en general, lo que se debe, ha de apoquinarse o asumir las consecuencias de la defección. Reembolsar un montante hipermillonario, exige midas drásticas de ahorro y de recorte. Salvo que los ingresos del deudor sean tales que hagan innecesario cualquier tijeretazo. O a no ser que la solvencia permita satisfacer el débito con elementos del patrimonio. Lo cual no es de aplicación en las dichas salvedades.

 

América para los americanos, sí, espetaba Monroe, pero siempre que algún colonizador del siglo XX ambicionara dominar fronteras y territorios del nuevo continente. Pero por no pagar las deudas, anda y que les zurzan.

 

En la España de Zapatero, el gobierno boqueante que todavía preside, ha aprendido tarde y con palos que o abona lo que debe o que se atenga a lo que habrá de venir. Le han visto las orejas al lobo. Han pasado de Drago y se han convertido en monroístas. Ya les digo. La reforma constitucional es el resultado único de un partido que estaba perdido desde que a ZP le tocó la lotería el 14-M de 2004. A los españoles, ni la pedrea. Ahora padecemos la fuerza de la Unión Europea. El derecho colectivo de los pueblos unidos se impone al derecho individual de cada uno de ellos. En España, mientras la Constitución no diga otra cosa, también. Independencia, ni una. Nación, una. España para los españoles mientras los ciudadanos libres, libres, no decidamos lo contrario. Una sola. Drago, Drago, paga lo que debes. 

 

Un saludo.

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