CONSENSO CONSTITUCIONAL
Un títere. Algunos poderes fácticos manejan a la sociedad como a un tropel de peleles. El gobierno, y sus aliados de sol y sombra, ha convertido al pueblo español en un monigote, en una marioneta, en un infeliz guiñol. Nos manipulan cuando y como les da la gana. Ni se arredran en sus maniobras desvergonzadas ni se sonrojan ante la envergadura de la acción.
El País informaba, es un decir dada su versatilidad camaleónica, sobre la ruptura del modélico consenso que amparó el éxito de la Constitución de 1978. El consenso de ese año era fruto obligado de una situación insostenible de frágil puente entre los residuos del franquismo y los brotes verdes de la democracia. Así y todo, Arzallus no se sumó al generalizado acuerdo. El precio de aquel consenso fue bien costoso. Treinta y tres años después, seguimos pagando aquella deuda. Entonces resultaba necesario. Hoy se está utilizando como moneda de nuevo cuño/cambio.
El abandono del hemiciclo por parte de las minorías parlamentarias y de los dobermans independentistas nos agranda la imagen de una realidad que se pretende ocultar. El consenso acabó con el golpe de Estado del 23-F. Se mantiene la Constitución pero su espíritu murió con la dimisión de Suárez y el acceso a la presidencia de Calvo Sotelo. Olvidar los hechos siempre fue un mal asunto. Hacerlo ex profeso nunca condujo a la transparencia. CiU lo sabe y se aprovecha. PNV empuja a España al precipicio de su fractura. La izquierda mamarracha de Llamazares quiere pescar gusanos en el cenagal de los indignados por horas. No hay consenso. Y como no lo hay, invocarlo en estos momentos en que por una vez los dos grandes partidos del Estado han decidido operar de consuno, se configura como un ataque fascista a postulados liberales.
Las conversaciones privadas han reducido el parlamentarismo a política de saloon del oeste. Los diputados hacen las veces de tahúres y de mirones. Mientras se juega al despiste, Puigcercós recuerda que la inmersión lingüística es una realidad consumada en Cataluña, diga lo que diga la Justicia. Caamaño, el ministro, se apunta al desacato.
La reforma constitucional emprendida por PSOE y PP, en este orden, vincula a casi el noventa por ciento de la representación de la soberanía nacional. Es el nuevo consenso. Lástima que sea coyuntural e impuesto desde la Unión Europea como consecuencia del desastre económico al que nos ha llevado el inmoral Gobierno de Zapatero, amigos y amigotes.
Esta reforma sí ha traído un consenso constitucional. Por las causas que ustedes quieran. Pero ahí está. Sin necesidad de referéndum porque cuando el buque hace aguas, no se puede pedir la opinión del pasaje. Lo deseable sería la inmediata reforma de la ley electoral. Quitar fuerza a los independentistas es una obligación de quienes tanto dicen querer a la Carta Magna. Otra cosa será que se cumpla con ese deber de mantener unida a España. Ese consenso sí sería plausible sin condiciones. Ahí veríamos ante notario quiénes pretenden la autodeterminación y quiénes defienden la estructura actual de nuestro Estado. Lo veríamos. Con tanta nitidez como contemplamos el frustrado golpe del señor Tejero. Consenso.
Un saludo.
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