LA BANCA ROTA
Nos hemos cansado de escuchar que la permanencia del sistema depende de la fortaleza de la banca. Es muy posible que el archirrepetido mensaje sea una falacia como la copa de un Lehman Brothers. Lo cierto es que la mentira se ha adueñado de la clase política hasta la náusea. Nunca el mercado mandó de forma tan descarada sobre los Estados. Los gobiernos de la Unión Europea creían estar por encima de la bomba financiera. Ilusos. Les ha estallado en los pechos y en los cerebros de los ciudadanos más pobres. Se nos vendió la idea de que la banca española era un modelo de funcionamiento y la realidad nos vierte sobre el rostro el aceite hirviendo del nuevo embuste.
No es que España y otros países de la zona euro estén cercanos a la bancarrota. Es que la propia banca está rota, destripada. El desmoronamiento de la imagen de esta banca prepotente no afecta a sus beneficios, que prosiguen. Repercuten en el porcentaje de los mismos. Si cada año ganaban trescientos mil, no se conforman con quedarse en trescientos un mil. Quieren quinientos mil. A costa de lo que sea. Poniéndonos a todos en la balanza de o te sumas o te ahogas. Con la complicidad de los gobiernos títeres. O se ponen más recursos en sus manos o nos chantajearán hasta el día del juicio final.
Los valores bancarios se traducen en problemas de liquidez. O se les inyecta dinero gratis o van a prestar lo que cayó en el conquero. No es que la Bolsa se caiga. Es que la están despeñando por etapas. Hoy se rompe un hueso y se abandona el diez mil. Mañana, se da un poco de vidilla a los incautos y se eleva al diez mil dos. Pasado, un batacazo espectacular, recuperable en parte, a fin de que la gente se entere quién maneja mi barca, quién. La banca está a la espera de noticias políticas que musiquen sus melómanos espíritus. Si recortan los sueldos de los funcionarios, una charanga de feria. La congelación de pensiones, una fanfarria verbenera. Los sueldos. Los despidos. Los contratos. Los convenios. He ahí la sinfonía con la que gustan regalarse. En España y en Estados Unidos. Cuando se habla de mercados, dígase bancos financieros. Y si de crisis del sistema, atiéndase la exigencia de recuperar inversiones.
Quién garantiza al sector bancario que van a cobrar los préstamos griegos. Ni con todo el patrimonio histórico artístico de los helenos hay suficiente para saciar la voracidad de estos emporios plutocráticos. Mientras los bancos no tengan asegurado el festín de siempre, la serpiente no arrojará al exterior la pieza que se ha tragado viva. La crisis empeorará, no lo duden.
La avaricia rompe el saco. La banca está estirando demasiado el elástico. Se va a romper antes que después. La bancarrota de los Estados traerá consigo males previsibles. Cuando esto ocurra, los bancos sufrirán en sus delicados tímpanos el estruendo de la barbarie social. Los banqueros huirán, teretes, a paraísos conocidos por su seguridad. Los bancarios recibirán el estipendio de la patada en las posaderas. Los clientes clamarán por sus ahorros. Será en vano. El corralito argentino exigirá la intervención de contingentes militares.
Botín no se fía de González ni éste de Ron ni Fainé de Rato ni ellos entre sí se prestan un euro. Cada uno defiende su finca por miedo a que el predio modifique sus fronteras. Sabida es la escasa valentía del dinero. Hoy no se fía; mañana, sí. La bancarrota será efecto de la banca rota. Y viceversa.
Ahora bien, para rotos, los bolsillos de los ciudadanos. Qué digo rotos. Despedazados. Hendidos. Triturados.
Un saludo.
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