TABERNARIOS/AS
Más allá de los conceptos de nación y patria, se encuentra el Estado. Éste -que escribo con mayúscula- se constituye como tal cuando existe su elemento básico. Y su elemento básico es el pueblo, el conjunto universal de personas que integran ese Estado. No puede existir el Estado sin pueblo aunque exista el pueblo sin Estado. España existe como Estado porque así lo determinan la historia, la tradición, las leyes y, sobre todo, la voluntad soberana de su pueblo. De todo su pueblo.
El Estado Español se ha configurado como un Estado de las Autonomía, en base al Título VIII de nuestra Carta Magna. La Carta Magna, amigos de los vaivenes desestabilizadores, es la Constitución. Esta Ley suprema del Estado de España, insisto, de España, es sagrada porque manifiesta, de un lado, la voluntad de los españoles y, de otro, en tanto fue votada favorablemente por más del noventa por ciento de los ciudadanos que, en 1978, teníamos derecho a voto. En el marco de un sistema democrático recién nacido contra el muro de una Dictadura de cuarenta años. Bajo el brazo, derechos y libertades como pan ácimo, bendito.
Vivimos tiempos de revuelta y de retroceso. Parecía que la Transición política nos hacía más responsables. A todos. No es exactamente así. A algunos se les ha olvidado la historia. O nunca la vivieron. O prefieren repetir hechos amargos que nunca debieron existir. O se alimentan de los odios de algunos descerebrados que, a falta de raciocinio, cultivan vísceras purulentas. Aquí no valen las remembranzas segundorrepublicanas ni aspiraciones a monarquías de regímenes antiparlamentarios. No valen. Como se reprueba a los golpistas de cuartel, de finanzas o de política. Tras los espadones se movieron oligarcas conocidos y políticos de vuelo gallináceo. Toca el imperio. El imperio y la autoridad de la ley.
A uno le preocupa que el Estadoespañol se desgaje. Sin embargo, en esta preocupación se confunden un sentimiento y una razón. El sentimiento comporta una voluntad particular por más que sean millones quienes coincidan en la manifestación de este sentir y de esta volición. Ahora bien: la razón induce a liberarse de pasiones de todo tipo e invita a radicar en la ley. La fuerza de esa razón que se impone a los excesos sentimentales. La Constitución, por más que no sepamos o queramos o podamos asumir su enorme importancia, se instituye como el resultado de la soberanía de un pueblo que vota, decide y elige en libertad.
Si este pueblo español soberano decide un día, en uso de esa su libertad, conceder la independencia a las regiones del Estado que la reclamen de manera legal y no violenta, uno sentirá que parte de su alma se ha perdido, pero comprenderá que la ciudadanía ha dicho su última palabra y aceptará la indeseada fractura. Es la ley, elaborada y aprobada en libertad, la que impera y la que obliga, en definitiva, a ese pueblo que ha mandado hacerla. Eso es democracia. Lo demás son cuentos nacionalistas bélicos.
El mensaje es tan sencillo como peliagudo. Alguna vez, todos nos hemos saltado un semáforo y rebasado la norma de velocidad máxima. Esta infracción personal no comportará jamás un cambio general del código de la circulación. Es cierto que la Constiución requiere ciertas modificaciones. Cierto y necesario. Lo que es indudable es que lo que sobran son las actitudes tabernarias, propias de gente baja, grosera y vil. Frente a lo tabernario, la altura de miras, la fineza de comportamientos y la nobleza de espíritus. No de sangre. De espíritu. Tabernarios y tabernarias, ya está bien.
Un saludo.
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