JUSTICIA PARA POBRES
Hace años, un cliente me indicaba la posibilidad de interponer un recurso contencioso en Almería, y no en Huelva, a la vista de cómo los juzgados de aquella provincia resolvían asuntos como el que se litigaba en nuestra capital. Ignoraba el recurrente aquello del juez predeterminado por ley. La ignorancia no le quitaba razón. Ponía el dedo en la llaga. Ante identidad de objeto, hechos y fundamentos jurídicos, por qué en el levante andaluz se sentenciaba de una manera bien distinta a la del occidente de la región.
Muchas veces he criticado el compadreo en cualquier estamento de la vida pública. He visto a jueces compartir cafés, cervezas, almuerzos y algunas otras festividades más íntimas con abogados, procuradores y personal vario. Qué tendrá que ver el atún con el betún, me responden airados los pillados en este tipos de contubernios gastronómicos. Mucho. Tiene que ver mucho. Y si no, por recurrir a un ejemplo vulgar pero cercano, ya me dirán qué pensará la afición del Madrid si los árbitros que dirimirán la final de Copa contra el eterno rival han pasado horas de convivencia inocente en la madrugada valenciana junto a directivos del club adversario. El grito en el cielo. La justicia es ciega pero los que en ella intervienen saben más que Briján. Quién asegura a un profesional de la abogacía que su caso no ha sido colocado el último en la fila o, de convenir, ha experimentado un adelanto para su emplazamiento judicial. Nos pondríamos las manos en la cabeza si determinados funcionarios de la Administración de Justicia se compincharan para hacer desaparecer documentos del rollo, o para reemplazar unos por otros o, acaso, para atender la insistencia de algún letrado que ha perdido el plazo de alegaciones. Qué.
Alguna vez, hace años de esto, he sido testigo presencial de algunas francachelas de esta jaez. Como me pareció infame y como mis sospechas quedaban en la duda metafísica, siempre opté por retirarme de las citas jurídicoprivadas y apostar por otro tipo de encuentros. Me repugna el corporativismo. En general. Ya de abogados, de profesores, de médicos, de arquitectos o de masones, ya me entienden. Constituyen una mafia que viste trajes talares para ocultar su vilipendio. Con todo, el intercorporativsmo me toca el alma. Se erige esta figura como un cartel de bandas en pos de invertir influencias para obtener beneficios mutuos. Fíjense, si no, el papel de algunos medios de comunicación. Lamentables.
Cuando esta irregularidad andante se generaliza, la justicia se quita la venda de los ojos y se coloca un yelmo de cemento armado que cubre toda su cara. De la vergüenza que la embarga. Así, se permite que los ricos disfruten de unas connivencias favorables y que los pobres se ajoten al mundo del turno de oficio. Los abogados que prácticamente viven de estas minutas, se las ven y se las desean para sacar adelante su profesión. Para más retranca, los de la justicia gratuita son retribuidos cuando hay algo de dinero. Lo cual, en estos días de crisis galopante, es nunca, hasta el punto de acumularse retrasos insostenibles.
La justicia para pobres se escribe con g de gratuidad y con o de oficio. Excelentes profesionales que trabajan a destajo a pesar de los pesares. Mas qué ocurriría si, como han hecho los futbolistas de la AFE, deciden ponerse en huelga. ¿Serían apoyados por los grandes bufetes o se hundirían aún más en la miseria que les acecha? Me temo que se quedarían más solos que la una. Cuanta menos competencia, más beneficios. Lo que pasa es que si se reduce el número de árboles del bosque, las reuniones de armonía serían más visibles y la evidencia dejaría a muchos listos con el código penal al aire y con la ley de enjuiciamiento donde la espalda pierde su casto nombre. Justicia para pobres.
Un saludo.
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