DIGNOS E INDIGNOS
Club de los descontentos. Comunistas, fascistas o anarquistas. De derechas o de izquierdas. Los agraviados no tienen ideología. Sus ideas adormecen al calor de las carencias. No hay trabajo. Tampoco horizonte. No tienen dinero. Ni casa. Ni futuro. Jóvenes y sobradamente jodidos. Por el sistema. ¿Por el sistema? Qué cosa.
En puridad, sistema es el conjunto de reglas interenlazadas que operan sobre una materia. Social, político, económico, qué más da. Al cabo, principios que regulan y rigen actitudes y comportamientos. En democracia, se supone que los ciudadanos nos confortamos con ellas. Gusten menos o nada. Nos avenimos a lo que hay. O nos doblegamos y ya está. Aceptamos lo que nos toca y nos rebelemos, o no, labramos nuestro destino personal. Algunos serán más dignos en cuanto merecedores de mayores logros. Otros caeremos en la indignidad propia de quienes nos colocamos en las antípodas de la excelencia. Dentro del sistema, cabemos todos. Capitalistas conformes y asociacionistas contrariados. Nos hacinamos dentro y callamos o a tomar por saco el globo.
Lo de indignados es asunto de otra piel. Se instalan en lo que ellos llaman el antisistema. Creen, ilusos, que son contrarios a la sociedad políticamente establecida. Levantan un garito en el ágora. Llaman la atención de unos cuantos transeúntes despistados. Se reúnen en grupos de desencantados. Conforman iglesias civiles a las que llaman, religiosamente, asambleas. Predican con voces moduladas buscando el aplauso fácil de los feligreses entregados. Se guarecen del sol con toldos de lona y tocan sones de paz que recuerdan los tam tam de guerra. Huyen de la lluvia y se protegen de la humedad. Lo mismito que supervivientes de sí mismos. Estatuyen normas e integran comisiones. Nombran portavoces y convocan reuniones. Se erigen en tribus y aclaman a sus jefes. Designan embajadores y difunden el mensaje por barrios, pueblos y ciudades. Reproducen, en fin, el sistema del que abominan.
Los indignados emborronan titulares de prensa y abren telediarios. Combaten la miseria de su desesperanza con la imagen falsa de un movimiento cualquiera. Del 15-M al día de Navidad. Ayer cantaba Dylan y hoy lo hace cualquier anónimo artista de la calle. La pobreza económica es el escaparate de la desesperanza moral. Días de rosa antecedieron a meses de espinas. Unos se pelean en tanto otros se forran. Los dirigentes amasan fortunas infames y los ciudadanos pelean por el dudoso honor de ser los más infelices. En vez de cambiar los gobiernos, debaten el sexo de los ángeles. El tiempo nos devora y nuestros hijos y nietos contemplarán los restos del festín animal.
Si de lo que se trata es de manifestar el grado de cabreo personal, me apunto. Me irrita hasta el dolor el Gobierno de vainas políticos que se guardan en sus fundas sin alma el vacío de sus corazones. Me irrito hasta el arrebato cuando veo a tanto golfo malgobernar el país sin mostrar un mínimo de piedad hacia sus habitantes. Me enoja hasta la vehemencia el conformismo de mis vecinos. Me encoleriza el 15-M que transforma en folklore lo que ha de ser una rebelión en todo regla. Pacífica, pero entera. Cívica pero fuerte. Con ánimo de cambiar desde dentro el cerrojo de un sistema purulento. No desde fuera, como quieren conducirles los mangantes que les manejan a su antojo.
Mi enfado comprensivo hacia los indignados. Mi desprecio hacia los indignos que rigen este país sin tener méritos para tarea tan patriótica. Mi asco para los cómplices del secuestro y del dopaje de mi pueblo. A los pesarosos, mi aliento. Me encuentro entre la turba legionaria de afligidos.
Un saludo.
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