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Francisco Velasco. Abogado e historiador

CON CHAVES BASTA Y SOBRA

 

La capacidad fabuladora de los voceros del Psoe halla su máximo exponente en la Junta de Andalucía. La última en poner la puntillita al tablón roído es doña Mar Moreno, que parece que actúa como Consejera de Presidencia. No se nota las bondades de su ejercicio, pero ahí está, oronda, grácil, deslumbrante y cautivadora. Cautivadora, no porque atraiga la voluntad por medio de su verbo florido y fundamentado. Tampoco a causa de la irresistible influencia de su comportamiento moral. Doña Mar cautiva porque aprisiona y priva de libertad. Sojuzga, domina y somete. Por las buenas o por las malas.

 

Otra cosa no tendrá la poderosa señora. Pero lo que es lengua, un cortinón. La penúltima pieza literaria de la asesora presidencial, gran gurú de don Griñán, es acusar al PP, a quién va a ser, de eternizar la tarea de manchar el buen nombre de don Manuel Chaves, el padre de Paula Matsa. Uno se pregunta en la ingenuidad de sus muchos años de observador de la vida política, que si eso es así, cómo es posible que el bravo vicepresidente florero de La Moncloa no ponga una querella a cualquier mancillador del honor de tan ilustre prócer. Cómo se contiene esta eminente figura de la oratoria patria, tan próxima a Castelar y tan afín a Demóstenes pero sin piedrecitas en la boca. No se comprende a don Manuel de Paula.

 

Don Manuel no tiene que abstenerse de conceder subvenciones a su hija. Acaso los padres no entregan a sus vástagos una paga mensual para sus gastos. Entonces. La señora hija tiene que vivir, que comer, que salir. O se va a quedar todo el día en casa por mor de una subvención piojosa de mil seiscientos millones de pesetas. Hasta ahí. Un padre, por su hija, mata. Mata. Y el que tenga bemoles en la Junta que le haga un expediente, que verá por dónde entra y por qué orificio le sale el procedimiento de las narices. Y si lo dice el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, qué pasa. A ver quién manda más. No te digo. Es que le cierra el grifo y el programa Adriano retrocede a tiempos de Viriato.

 

Doña Mar, de verdad, serene sus palabras perturbadoras. Sosiegue su alma. Reflexione un momento. Don Chaves se macula él solito. No precisa de compañía para deslustrar la buena fama que alguna vez cosechó. Como Juan Palomo, yo me pringo, yo me lamo. El empleo, ciego. Los EREs, bizcos. La sanidad, en carrito de ruedas. La educación, “pisateada”. La deuda, a chorros. El déficit sangra. El horizonte de cambio, como la boca del lobo. La confianza, qué es eso. La corrupción, parte de su manteca.

 

Cantaba el poeta: “te voy a hacer un rosario con tus dientes de marfil”. Llevó a cabo su amenaza. La pobre mujer murió desdentada. El protagonista rezaba los dolorosos, los gozosos y los gloriosos con caninos e incisivos, molares y premolares. Todos del marfil de la boca linda de su amada. Chaves se ha hecho un cenotafio en el que una placa indica al espectador: aquí yace el recuerdo de la muerte de la economía, de la prosperidad, de la ética, de la democracia. Sus cuerpos se enterraron en lugar ignoto. No sea que los del PP los desentierren y devuelvan a Andalucía por la senda del progreso.

 

Y eso sí que no. La Rochefoucauld apuntaba en una de sus máximas: “El daño que hacemos no nos trae tantas persecuciones y odios, como nuestras buenas cualidades”. Don Chaves no puede tolerar que don Arenas sea más listo, más bueno, más honrado, más eficaz y más limpio que él. No lo puede ver. Y mira que le ha perjudicado. Nada. Su odio se debe a que la gavilla del popular es más alta y juncal. De ahí, la hoz y la guadaña.

 

Dejemos solo a Chaves. Él se pregunta, se entiende y se responde. Tres en una. Un monstruo de talento y de moralidad.

 

Un saludo.

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