JUAN JOSÉ CORTÉS
Cortés. Juan José hace honor a su apellido. Aquí no vale el recurrente “quien te puso peteneras no supo ponerte nombre”. Todo lo contrario. Juan José se apellida como en esencia es: atento, comedido, afable, de buen modo, sensato y prudente, educado sin obsequiosidad e inteligente sin petulancia. Culto de mente y refinado de alma. Cual quijote de hoy, ha paseado su triste figura por todos los puntos de la geografía española, dando ejemplo de comportamiento, de saber estar y de savoir faire. Qué difícil. La actitud de este ciudadano se confunde con aptitud. Sombrerazo.
Del Torrejón al cielo. La cultura, como la sabiduría, no crece en los barrios altos. Se siembra allá donde la generosidad sienta sus lares. Se cosecha en los campos del respeto ajeno y del amor propio. No necesita la cuna del palacio de Liria ni los salones del palacio real. La humildad de su domicilio onubense exhala nobleza allende la aristocracia de sangre azul. Lástima que arquetipos como Juan José hayan de ser conocidos por causas tan dolorosas. Es una pena que la España profunda de los hurracos y de los eleuterios no perciba que, ya en el interior más ruralizado, ya en la urbe de barrios más denostados, la grandeza es parida en el útero de la categoría humana. Luego se enriquece en la relación con sus semejantes. Por último, se reconoce, extrañamente, en las situaciones límites.
Juan José Cortés es noble de esencia y aristócrata de existencia. Pocos como este singular conciudadano podrán ofrecer nunca una muestra tan diamantina. La pena de muerte. Pide la pena de muerte. Muy bien. Está en su derecho. No comparto su tesis, pero respeto su idea. No vive de ideologías hueras y falsas, y por ello admiro su imagen real de hombre de bien. Defiende la pena de muerte con idéntica galanura que soporta las infamias contra su persona. Su hija ha muerto. A estas alturas de la película, no se ha dictado sentencia. No sé si asesinato u homicidio. Lo que no cabe duda es que le han arrebatado a su pequeña de cinco años. El sufrimiento de la niña se proyecta en los padres y nos estremece a la sociedad toda.
Dios, que no sé si es, asista al matarife inhumano. El Estado, se precie o no, actúe conforme a las leyes que el pueblo se ha dado. El proceder recto de la conciencia se armoniza con el derecho de la justicia. La ley puede ser errónea e incluso pecar de torticera. La justicia se adecuará, con todo, a ella. No cabe el talión ni el leviatán. Frente al Pantócrator, el Beau Dieu. Frente a la theotokos, la hodegetria. Frente a la barbarie, la sensatez. Frente a la destrucción, el ave fénix de la vida que resurge de las cenizas de la maldad.
Dejemos a los jueces hacer su trabajo. Uno confía en ellos. Se equivocarán como lo hacemos los que paseamos nuestra imperfección por los suelos del planeta azul. Si lo hacen, habrá que corregir su error. Se recurrirá su decisión. Se hará uso de los medios que la norma nos otorga. Presionarlos, no. No podemos actuar como los amigos de los etarras o los cómplices de los fascismos nacionalistas o los cooperadores necesarios de los corruptos que se apropian del patrimonio público. El totalitarismo es la ideología capital de los deshonrosos, de los indecorosos, de los indignos.
Juan José es un demócrata. Un ciudadano. La palabra me llena la boca. Ciudadano. Ciudadana. Me suena a música celestial. A igualdad de hombres y mujeres. De ricos y pobres. A libertad de aromas salvajes y dulces. Ciudadano. Juan José. Muchos tenemos que agradecerte tu compostura. Y tu talento. Tantos.
Un abrazo para él. Para los demás, como siempre,
un saludo.
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