EL ADIFESIO
Rafael Alberti desarrolló una no muy afortunada literatura teatral. La poesía tuvo mayor acogida en el talento del gaditano. En los albores de la democracia española advenida a la muerte de Franco, la irrupción tumultuosa del destape vino acompañada por la algarabía interrumpida del coñazo progresista de una izquierda que se mitificó en el exilio pero que se derrumbó, víctima de su propia insustancialidad, en la luz de las libertades. Los vampiros mueren a la luz del día y la estaca de madera en el corazón mata al drácula de leyenda.
Un adefesio viene a ser algo disparatado, ridículo y muy feo. El Adefesio de Alberti se quedó en el eco de la ideología política. Cuando se estrenó, a bombo y platillo, el teatro se llenó los primeros días. La atracción del Alberti aureolado de la gloria del “far niente” y la curiosidad por la interpretación que hiciera María Casares, hija del que fuera Jefe del Gobierno que presidiera Azaña, generaron una publicidad impagable para la obra. A los pocos días, cayó del cartel. La causa, la retirada del público. El quid de la causa, la poca calidad de la representación. Un crítico de la época resumió el hecho de forma tan contundente como cáustica: El Adefesio hacía honor a su nombre.
El ADIFesio es otra cosa. El juego de palabras me sirve para analizar el uso del poder psoecialista. ADIF es el Administrador de Infraestructuras Ferroviarias, una entidad pública empresarial dependiente del Ministerio de Fomento. Adif se postula como dinamizador del sector ferroviario, haciendo del ferrocarril el medio de transporte por excelencia y facilitando el acceso a la infraestructura en condiciones de igualdad. Sin embargo, ADIF es un adifesio, un despropósito, una pachanga. El actual presidente de ADIF, un mal servidor público. Un sicario aupado a un puesto al que degrada. Un esbirro del poder del ministro Blanco. Un aliado miserable del partido que sostiene su poltrona. Un cómplice de Petronila Guerrero en la encerrona montada al alcalde de Huelva.
Antonio González se acercó a Huelva a alinearse con el grupo cobarde que presiona, persigue y acosa, de manera tan espuria como indecente, al alcalde Pedro Rodríguez. Se posicionó, en el marco de una “performance” inicua, junto a la compañía de actores de sainete que rodean a la señora Petri, presidenta de la Diputación de Huelva. Toda la plana mayor del Psoe provincial contra el regidor democráticamente elegido por los ciudadanos de la capital. Todos contra Pedro. París bien vale una misa, exclamó el considerado mejor rey de Francia, Enrique IV. Henri IV resumía en esa frase un destino. El medio era la política humanizada. La felicidad del pueblo, la meta. La meta. Las Metas.
Las Metas es el núcleo de la conjura urdida por Petri, por Mario, por Javier, por José Juan. Que contra quién. No cabe duda. Contra Pedro Rodríguez. Si a Carlos III se le distinguió como el alcalde de Madrid, al entrañable Perico de la adolescencia se le reconoce como el alcalde más popular y benefactor de la vieja Onuba. Sin duda. La jauría griñanista y chavista, de envidia malsana corroída y en su mala baba ahogada, quiere la pieza. La caza está en su apogeo. Como sea. Huelva debe cambiar de manos. No para servir a sus habitantes. En absoluto. Al provecho del Partido Socialista. El AVE Sevilla-Huelva, que no Huelva-Sevilla porque en Huelva no hay AVE, debe poner el nido en las proximidades de la balsa de fosfoyesos. El inicio de la infraestructura no se contempla en la patria chica de Velázquez. Sería lo lógico y lo sensato. O empieza en Huelva para desestabilizar al alcalde pepero o echarán los perros al Partido Popular. El presidente de ADIF es un adifesio innoble que prima los intereses privados del Psoe en vez del servicio general. Adifesio.
Petronila y CIA se han comportado como adefesios, espantajos, mamarrachos y birrias. Son el hazmerreír de la vida política. Su ambición discurre por las alturas nebulosas de su soberbia. Y con esas virtudes tan deleznables quiere ser alcaldesa de Huelva. Perpetua. Como la mismísima Virgen de la Cinta. Petri. Adifesio.
Un saludo.
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