LA GRUESA LÍNEA ROJA
La raya colorá. La raya verde, de Matisse, es otra cosa. Lo de la obligadísima reforma de las pensiones es de psiquiátrico. Roja y expulsión. El movimiento de cambio de chaqueta de algunos, despide un aliento fétido cuando tratan de explicar la operación retórica. Tira de espaldas. Basta acudir a la hemeroteca. Este Gobierno no recortará ni un derecho social. Ni uno. Quien con esta firmeza se expresaba, un par de meses atrás, era, quién si no, el increible Hulk de la mentira continuada. El hombre imprescindible más reemplazable del mundo. El campeón de la demagogia barata. El gran Zapatero.
Si, además de ver y de oler, escuchamos los argumentos, -desde lejos para sobrevivir a la bocanada mefítica-, entonces es que el tacto entra en el juego sensorial. Nos tocamos la frente por si la fiebre nos invade y la ropa por si la embestida de alguien nos llega al hueso. Ayer, no. Hoy, sí. En abril del año pasado, la población española no envejecía al ritmo de octubre. De pronto, todos nos hemos dado cuenta de que la esperanza de vida supera la octogenaria edad. Ni el físico Rubalcaba, con lo listo que es, había percibido esta mutación demográfica. Qué descubrimiento de la ciencia.
La recua ya no puede con la carga de tanto embuste. Los palafreneros de guardia la traspasan a lomos del populacho. Son muchos y sumisos, alegan. Total. Pondrán cara de póker. Pasarán la mano por el lomo del portante y a seguir viviendo, que son dos días. Entre los reptiles, no se ha de confundir los saurios con las serpientes. Los primeros tienen las patas muy cortas pero se desplazan con rapidez. Los segundos se arrastran directamente y ni el rozamiento les lleva a desplazarse con lentitud. Los ministros son los sérpidos. Los sindicalistas testaferros ugetistas y comisionistas, saurios. Los quelonios, algunos representantes de la prensa que avanzan a golpe de cuánto quieres.
Estoy convencido de la necesidad de reformar las pensiones. Es, si me apuran, una urgencia. Sin embargo, lo que se antoja perentorio es hablar con claridad a la gente. Transmitir seguridad jurídica a jóvenes y mayores. Así, deberás cumplir sesenta años y cotizar 35. Recibirás por tan dilatado historial de trabajo un cien por cien. A partir de ese parámetro, resta porcentaje o incentiva al pensionista. Lo de los sesenta y siete o los setenta y nueve años es, hoy por hoy, secundario. Lo que interesa al trabajador es tener certeza del cuándo y del cuánto. Lo demás son accesorios engañabobos.
No obstante lo anterior, un mensaje debe quedar claro a este incompetente colectivo psoecialista que nos desgobierna. Constituye una muestra asqueante de indecencia política el aplastar a los más débiles. Que los jubilados admitan su parte alícuota de cooperación, valga. Pero que las Autonomías despilfarradoras, que los Ayuntamientos desvergonzados, que las Diputaciones prostituidas, que los políticos canallas, que los Bancos derrochadores, que las Cajas dilapidadoras y que el personal responsable acepten la suya. Si no, ni un euro menos ni un año más. Si el socialismo pasa por la justa redistribución de derechos y deberes, el psoecialismo se apoltrona en el injusto reparto de ingresos y pagos.
Si Valeriano Gómez es el portavoz ministerial para debatir con Méndez y Toxo el problema de las pensiones, ya empezamos mal. El recordman mundial de cambio de hábito en menor tiempo no puede llevar las riendas de las negociaciones. A las doce de la mañana, dirá una cosa distinta a la que proferirá cinco minutos después. A la calle con él si pretendemos credibilidad. Si Rubalcaba hará las veces de portacoz -sí, portacoz- corcuerino de Zapatero, échense a temblar porque el faisán sobrevuela de nuevo. Y si el imprescindible más vano que contemplaron estos ojos sigue de jefe de la secta, apaguen y acuéstense. Yo lo haré de inmediato.
Si la partida de golfos sigue deambulando por Sierra Morena, Luis Candelas será jefe del estado. Y eso no. Más no. Pensionemos a los forajidos. Al retiro con ellos. La raya. Hasta ahí habéis llegado. Punto y raya. Mimen a su pueblo. Mímenlo.
Un saludo.
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