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Francisco Velasco. Abogado e historiador

HACER EL CHINO

Será hacer el indio. El chino, el chino. Hacer el indio equivale, en nuestro lenguaje coloquial, a hacer tonterías con o sin ánimo de provocar la hilaridad de los demás. O dicho de otro modo, nos referimos a que está haciendo el indio a quien se comporta con poco juicio. Sin embargo, aquí nos referimos a hacer el chino. La connotación es bien diferente como distintos son los habitantes de uno y otro países del oriente lejano.

 

Hacer el chino resume la actitud del Gobierno groggy de Zapatero. Ver al presidente políglota comunicarse con el viceprimer ministro de China resulta grotesco. Sonríe el marido de doña Sonsoles y gesticula en la creencia de que el talante le sirve de puente de significación. Seria la actitud de la ministra sucesora de Moratinos. Y Sebastián, el de las bombillas y el de los coches eléctricos, qué papelón el suyo. Cosa de chinos. Que no hay forma de entenderse.

 

Sí hay maneras de actuar con los chinos, sobre todo con los comerciantes. Forma parte del acervo cultural de aquel país asiático la sagacidad de sus negociantes. Dicen de ellos que si te venden algo es que están ganando dinero contigo. En caso contrario, no dan ni las buenas tardes.

 

La estancia de Li Keqiang en nuestro país viene a conducirse por este camino. Resulta gracioso, claro que en su papel, las declaraciones de su embajador en Madrid: “Creemos que España superará las dificultades económicas actuales y nosotros, como uno de los mejores amigos de España, haremos lo que podamos para cumplir nuestras responsabilidades y obligaciones". Pues claro. Por medio, 7.500 millones de dólares norteamericanos.

 

El refrán castellano de que nadie da duros a pesetas se puede aplicar perfectamente a los herederos de los constructores de la gran muralla. A ver qué ha prometido Zapatero a cambio. No me creo que se trate de una búsqueda de mayores dosis de confianza. Sí, en cambio, que se intensifique la cooperación en finanzas, telecomunicaciones, infraestructuras, energías renovables y turismo. No me trago que se persiga consolidar la base popular de las relaciones amistosas entre las dos naciones. Todavía menos que los chinos tengan el interés que dicen en que España salga del actual atolladero económico. Los chinos son, como poco, tan listos como los españoles y, como mínimo, mil veces más sabios que nuestros dirigentes zapateriles.

 

Esta última perspectiva nos debe llevar a abrir los ojos. Muy abiertos. Muy despiertos. Muy centrados. El comercio chino se expande en todo el mundo. En España, a poco que miren a su alrededor, los establecimientos regentados por ciudadanos de la antigua Catai inundan los cascos históricos y los arrabales de las capitales hispanas. La inmigración asiática aumenta por días. Nadie se da por aludido. El silencio preside las acciones de estos ciudadanos. Uno defiende sus derechos pero también reclama sus obligaciones. Dar patente de corso vulnera el imperio de la ley.

 

Trabajar como un chino compendia toda una filosofía admirable. Incluso digna de alabanza si la moral de este pueblo no colisionara con la de los españoles. Muchos ignoran que Cobo Calleja (Madrid) es la principal puerta de entrada de “lo chino” en España. Allá en Fuenlabrada se almacenan millones de productos made in China que se repartirán por toda la geografía. Trabajan tanto y tantas horas que, por ejemplo, la tercera parte de los que viven en Madrid son empresarios autónomos y tal es su esfuerzo que, pese a la crisis, constituye el único colectivo extranjero que ha aumentado su filiación a la Seguridad Social.

 

La competitividad que se exige a la economía española para superar el socavón pasa por el "especulum chino". Como esto es imposible, ya saben. O curramos como ellos o estamos más perdidos que el barco del arroz. Arroz. Chino. Y valenciano. Bien. Pero el Gobierno puede seguir instalado en la luna de Valencia mientras el de Pekín se come la producción paellera. En cuyo caso, además del indio, están provocando la carcajada de los mandatarios herederos de Mao.

 

Li Keqiang no es Marco Polo. No. Zapatero sí parece una sombra chinesca. Teatro de sombras. Nos la van a dar con queso. El ratón no es Pixi. Ni Dixi. Eso sí, el gato es enorme, amarillo y de ojos...

 

Un saludo.

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