Blogia
Francisco Velasco. Abogado e historiador

LA CULPA

 

El que la hace, la paga. Salvo, claro, que se impute al inocente lo que otro hizo. Tú, Rajoy, acusa Zapatero, tienes la culpa de la falta de credibilidad financiera de España. Tú, Rajoy, eres la causa de los cinco millones de parados que siembran de desesperanza el alma de nuestro país. Tú, Rajoy, debieras pedir público perdón ante la crisis que has agigantado. Tú, Rajoy, debes reconocer la dimensión negativa que para el país han generado tus actos políticos. Tú, Rajoy, eres un antipatriota que te doblegas ante el tirano marroquí y desprecias a nuestro glorioso ejército y a nuestros esforzados cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Tú, Rajoy, has de expiar tu culpa. Tú, Rajoy.

 

Zapatero imputa a Rajoy la nefasta situación a la que su Gobierno nos ha conducido. Se comporta como el pederasta irredento, pillado en pleno fregado delictivo, que atribuye al menor la responsabilidad del ominoso acto. La lluvia no se arruina por culpa de la cosecha. Es al revés, señor presidente. La credibilidad del Gobierno es la causa de la desconfianza. La mínima credibilidad. Credibilidad y confianza son conceptos directamente proporcionales. En Derecho, la omisión de la diligencia exigible a un gobernante, implica que el hecho injusto o dañoso resultante motive su responsabilidad civil o penal. Al gobernante en ejercicio aunque en desuso. Al líder de la Oposición no son trasladables imputaciones falsas.

 

Está desesperado el señor Rodríguez. Zapatero no sabe contra quién arremeter en su alocada huida hacia la descarga de responsabilidades. La desesperanza provoca en la persona afectada la sensación de sentirse acorralado. Mala cosa un sujeto cercado por su propia inopia emocional y perseguido por la gravedad de los sucesos que hostigan a su entorno. Puede ser terrible. Las salidas de pata de banco pueden traer efectos perversos. La mentira como arma tiene un filo que se vuelve romo y se achata conforme el embuste se perpetúa como herramienta de uso desviado. Romo o punzante, hacer rutina de la ausencia de verdad equivale, antes que después, a eliminar la autenticidad del mensaje.

 

La culpa. Si no se reconoce, es imposible el remordimiento. Si se admite, y se acepta la magnitud del fracaso, hay que preguntarse antes que el quién, el por qué. Si el Presidente se desprendiera alguna vez de esa mezcla amarga de narcisismo y de egocentrismo que le adorna, podría contemplar, sin apasionamiento, hasta qué punto la culpa es suya, sólo suya y nada más que suya. Para llegar a tal resultado, se precisaría un puntito de honradez y una gotita de humildad. Un poquito. Ni eso. Zapatero carece hasta de esa migaja.

 

La culpa, señor, no es de Rajoy. Ni de los especuladores. Ni de aquéllos a los que usted ofende llamándoles antipatriotas. En general, las personas que tienen esos sentimientos poseen una muy baja autoestima y ellas mismas se consideran inadecuadas.

 

Su culpa. Su turno. Su salida.

 

Un saludo.

 

0 comentarios