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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL PARTIDO PROMISCUO

 

La frase de Ortega y Gasset acerca de que España es el problema y Europa, la solución, tuvo su tiempo y su espacio. Ortega no acertó. Al menos, no en su plenitud. España es, más que un problema, un riesgo. Siempre ha sido así. El riesgo como proximidad de un daño. El riesgo como contingencia que puede ser objeto de un contrato de seguro. Los españoles somos un grupo de riesgo en tanto nuestra idiosincrasia nos hace más propensos a un padecimiento concreto. El riesgo de España estriba en su clase gobernante. Con Zapatero y el Psoe, que niega cualquier responsabilidad en el batacazo electoral de Montilla y de su cohorte de mequetrefes directivos, el riesgo alcanza categoría de certeza. Como la promiscuidad eleva el peligro de contagio. Nada toca el indolente secretario general del Psoe que no resulte afectado por la impericia de su mano rompelotodo.

 

El Nobel de Economía, Paul Krugman, refuta a Ortega y afirma que el problema de España -que no la solución- es el euro del que está cautiva. Si España no hubiese adoptado el euro, ahora podría devaluar la pesetas y recortar salarios y precios. Y un jamón con chorreras. Y si Hitler no hubiese sido tan furibundo nazi, la historia se hubiese escrito de otra manera. La filosofía de Krugman no sirve. Si acaso los datos estadísticos.

 

El llamado gurú de la crisis, el augur del desastre económico, Nouriel Roubini, avisa a Portugal de la inminencia de su crack. En tanto, advierte a Rubalcaba de la urgencia de convencer al endiosado número uno para que, a la vista del afeitado que se presume inminente del vecino lusitano, ponga su mentón a remojar. Tras Irlanda, Portugal. A continuación, España. Y España es el mastodonte que, un otrora cercano dominaba el territorio, se encamina hacia el cementerio de los elefantes.

 

La crisis económica es un concepto. La crisis económica es, asimismo, un proceso con crestas y valles. Dentro de la crisis hemos estado anclados en el risco de la cima. Nos movemos ahora en dirección a la vaguada. Un desequilibrio en Lisboa repercutirá en Madrid con la fuerza propagadora de un aleteo de mariposa. Estamos asomados al pretil del abismo. No obstante, el funambulista que emboza al pueblo y le machaca sus sentidos auditivos y visuales, persiste en su afán de invertebrar a España y espeta a quien quiera oirlo, que todo va bien. Muy bien. Dita sea.

 

Promiscuo. El Partido. Promiscua, su politica. Ayer y hoy. Y mañana. Se mezcla de forma confusa o indiferente. Derecha, centro e izquierda. Lo mismo da que le da lo mismo. Sus relaciones explican su modo de vida. Ortega no supo darse cuenta de esta circunstancia. En Cataluña se enreda con la extrema izquierda. En el Pais Vasco, con la derecha más civilizada y constructiva. El requisito es mandar. “Es preciso que este partido, escribía el filósofo, que es un partido de clase (ja), nos va enterando de cómo lograr articular su interés de partido de clase con el complejo y orgánico interés nacional. Porque gobernar -precisaba el filósofo-, sólo puede un partido por su dimensión de nacional; lo otro es una dictadura”. Ya durante la República y respecto al Estatut, el problema catalanista de su particularismo no se puede resolver, sólo conllevar.

 

El problema no es España. Ni la solución pasa por Europa. El Psoe siempre apuntó maneras. Siempre. Con Zapatero, la promiscuidad se asocia al riesgo y el riesgo, sin seguro, rinde pleitesía a la locura. Al final, decimos lo de costumbre. Bendita la locura del que a nadie perjudica. No es el caso del promiscuo político que es ZP. ZP. Váyase. ZP.

 

Un saludo.

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