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Francisco Velasco. Abogado e historiador

ABUCHEOS

 

La maquinaria propagandística del psoecialismo rampante no da abasto. No puede ser de otro modo. El rodillo organizacional del Partido exige una actividad incesante. Perder el Gobierno del Estado, de las Comunidades Autónomas, de las Diputaciones o de los Ayuntamientos, constituye una losa demasiado pesada para poder soportarla. Miles de politicos viven de la eficacia del aparato partidario y partidista. No se concede tregua al descanso. Demasiado que perder.

 

Las escasas muestras de rebelión cívica, sonoras pero encantadoramente pacíficas, contra Zapatero, Chaves, Rubalcaba y otros chicos del montón, están dejando huella. Las alarmas se han encendido en Ferraz y en Moncloa. A los dioses del Olimpo gubernamental les desagrada el repudio del pueblo. Máxime si los medios hacen eco de la dimensión del estruendo. Educación, reclaman de pronto, como impelidos por un resorte. Protocolo de normas de conducta. Reglas de urbanidad en actos públicos. Máxima urgencia. Las deidades son por algo y están para algo. No cabe rechazo a la divinidad. En modo alguno. Lo que molesta, se elimina. Por las buenas o por las malas. Los pitos y las broncas se reservan para el común, para el vulgo, para los “asesinos” de Irak. Para la gloria monclovita, la cerrada ovación. Para el tirano, el culto a la personalidad. Faraones dioses, al fin. Por tanto, educación y ¡firmes!



A la tecnocracia socialista, hay que recordarle que una cosa es la educación y otra, la cortesía. La educación es un valor universal mientras que la cortesía reviste formas muy distintas en cada tiempo y lugar. Educar es, amigo Gabilondo, desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales por medio de preceptos, ejercicios o ejemplos. Educar no es, pues, adoctrinar. Sólo en alguna de sus acepciones más inferiores, se acepta que educar es enseñar los buenos usos de urbanidad y cortesía. En este sentido, la cortesía podría definirse como la demostración o acto con que se manifiesta la atención, respeto o afecto que tiene alguien a otra persona.



Diferenciado el concepto educación del de cortesía, hay que matizar la expresión a base de abucheos. El abuchear se aplica a la muchedumbre cuando ejercita su derecho a reprobar con murmullos, ruidos o gritos. No cabe imputar mala educación al pueblo que abuchea ni al pueblo que ovaciona. En cualquier caso, hacen un legítimo uso de su libertad de expresión. Y expresan, de forma audible, su desafecto, inquina, antipatía y otros sentimientos de esta suerte, a quienes se han hecho merecedores de estas traslaciones verbales. Verbales, que no físicas. La violencia no ha hecho asomo en los ciudadanos por más que algunos descerebrados de la información se inventen actos y gestos inexistentes.



Los abucheos constituyen la válvula de escape de una ciudadanía que se resiste a la dictadura que la aplasta. Es mucha la deriva económica a la que nos conducen los sujetos pacientes del abucheo. Excesivo el número de parados. Indecentes los maquilladores cursitos de (de)formación. Fuera de límite la mentira sangrante que nos larga el Gobierno. Y mientras, cientos y miles de golfos, viviendo del bote, de los tontos del bote.



Para que estos vividores sin alma permanezcan en el machito, pretenden apagar las voces y los ecos machadianos. Callar al pueblo. La soberanía nacional es la pantomima abyecta de una democracia vergonzante que nos han impreso a fuego Zapatero y los suyos. El pueblo, educado, calla y duerme. O que vea la tele. En tiempos de Franco, era una de las monedas de cambio.



Abucheos, sí. Cuando proceda. Es el momento de la rebelión. Contra los tiranos. Como son todos los que utilizan al pueblo en vez de servir al pueblo. Venga. Más abucheos. Muchísimos más.



Un saludo.

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