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Francisco Velasco. Abogado e historiador

GUARDIAS CIVILES

 

 El brazo armado del franquismo. Así calificaban a la Guardia Civil los pijos progres y los progres pijos de la izquierda de la tardodictadura. Torturadores. Lo más bonito que le decían entonces, era lo de practicar la tortura como el que amasa harina. Fuera con ellos. El Cuerpo no es benemérito. Ni siquiera mérito.

 

Felipe González, en sus años lozanos de político sevillano que se come a los capitalistas, quiso desterrar a la Guardia Civil del escenario político de la Transición. Semejante colectivo está manchado de sangre. No cabe en una democracia. Decía. Son las palabras del utópico fruto de un embarazo ectópico. Hablan sin saber y ese saber se disimula cuando, al menos, callan. Felipe rectificó una vez. A tiempo. Algo parecido le sucedió cuando declaró, urbi et orbi, que de entrar en la OTAN, nada. Más tarde, conocedor de lo que la actividad política era, volvió a entrar por el arco de la realidad. Entonces, pudo decir: de salir de la NATO, tampoco. España se quedó con la Alianza del Atlántico Norte. Más vale tarde que nunca.

 

La Guardia Civil se convirtió en bastión de la democracia. Hermoso ejemplo de respeto a la legalidad, de integración en el nuevo régimen y, especialmente, de altísimo sentido de la profesionalidad. La Guardia Civil no sólo fue/es un servicio público productivo, sino tan competitivo que, de conducirse por este cauce la economía española, otro gallo nos cantaría. En cuyo caso, el desempleo estaría capitidisminuido y los índices de endeudamiento, próximos a la inexistencia.

 

Todos los Gobiernos democráticos han coincidido -rara avis- en alabar las virtudes del Cuerpo por excelencia. Todos. Incluso el de Zapatero. Sin embargo, cuando el engaño embarga la credibilidad de los politicos, las promesas se incumplen hasta extremos vejatorios. Los compromisos que el PSOE adquirió para con la Benemérita, constituyen una manifestación cruel de cómo no se debe actuar en la función pública ni en la actividad privada. Es la consagración de la mentira. El epicentro del sismo dañino.

 

La importancia de la Guardia Civil en España se mide, hoy, en términos de aquiescencia popular. El pueblo reclama la presencia, hasta en las aldeas más tranquilas, del Puesto. Con una pareja de tricornios se conforman. Su presencia genera seguridad y proporciona aire de libertad. Dos virtudes, a veces contrapuestas, que se aúnan en el mismo grupo.

 

Tanto valor y, en cambio, cuánto desvalor. Abuso de confianza. El mundo al revés. Se premia al malo y se castiga al bueno. En este aserto se resume la filosofía de Zapakozy. Arriba trepan los advenedizos que se pliegan a las órdenes del Partido. Abajo se despeñan quienes, dando muestras de competencia, se mantienen fieles al Estado, que, en definitiva, es la ciudadanía.

 

Malviven con salarios zarrapastrosos. Habitan viviendas cuartelarias no pocas veces insalubres y tercermundistas. Trabajan sin cesar en misiones de especial dificultad. Se posicionan como referencias morales en los campos, en las carreteras, en las fronteras o en las redes sociales. A cambio, reciben patadas en el alma. Ellos, los guardias civiles, son tratados como semoviente vulgar y como mano de obra barata. A ellos. A los mejores, patadas. Habráse visto.

 

Hago mías las reivindicaciones del Cuerpo de la Guardia Civil. Mi abuelo lo fue. Vivió, durante años, como un ermitaño. Pateando campos. Murió sumido en la pobreza. Como todos los guardias civiles. Cuarenta años después, exijo que sus compañeros dispongan de ingresos y recursos suficientes para seguir siendo pobres, pero no esclavos. Va por ustedes. Mi admiración. Mi apoyo.

 

Un saludo.

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