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Francisco Velasco. Abogado e historiador

FACHAS AZULES Y ROJOS

 

El fascio se viste de azul y de grana. No de azulgrana, ojo. De azul. De grana. El fascismo es una ideología que se calza botas totalitarias, se enfunda calzones y bombachos autoritaristas, luce camisas de noche y de sangre y toca la cabeza con pañuelo de seda estatal que ahoga la libertad de pensar de las personas. Eso es el fascismo. De grana. De azul.

 

Noam Chomsky criticaba la ideología nazi de Goebbels y la mentalidad matarife de Stalin. Azul oscuro el primero, rojo de muerte el segundo. Distanciados en las ideas, se unían en el método. Ganar. Vencer. Derrotar. Aniquilar. Para ellos, sólo hay libertad de expresión cuando se comparten criterios. Las discrepancias se sitúan fuera del ámbito de libertad.

 

Comunismos sangrientos y dictaduras del ultraderecha son extremos que se tocan en muchos puntos. Toda la cremallera de encuentros sitúa al individuo bajo el borceguí de un Estado Leviatán. Liberticidio. Es el signo de los tiempos que corren. Las crisis suelen servir de punto de encuentro a movimientos convulsos de uno y otro frentes. Frentes no precisamente meteorológicos, pero frentes al fin y al cabo. Frentes de calor y de frio que terminan ocluyéndose para generar lluvias torrenciales y homicidas.

 

La guerra nunca es deseable. Demasiadas vidas humanas perecen en ellas. No por causa de la guerra. Tampoco debido a los Estados. Por culpa, sí, de los dirigentes miserables. Tratan de sortear su irresponsabilidad en escenarios de desolación. Durante mucho tiempo, se llorará a los muertos y se olvidará a los malhechores que gestaron la autoría intelectual de la masacre. Llegará el turno de los historiadores. Ya saben. La memoria es flaca y los documentos se manipulan o se reescriben a discreción. Los años terminarán de enterrar los recuerdos y los intérpretes acostumbran a mirarse el ombligo de su verdad única. Se sabe. Con ello se cuenta.

 

Malos tiempos. Buenos para la siembra de fascistas y de ultras. El mundo sufre el embate de la depresión económica como pocas veces ha padecido en los últimos cien años. Las malas cosechas de extremistas son puestas en el mercado de manera paulatina pero continuada. La prensa nos trae ejemplos cada vez más alarmantes sobre el particular. El último, en Alemania. La fiebre fascista sube de tono en un país que se lame todavía las heridas de las últimas dos contiendas mundiales. El diario Welt am Sonntag recoge unas declaraciones explosivas de Sarrazin: "Todos los judíos comparten un gen particular; los vascos comparten un gen particular que los distingue", afirma el ex consejero del Bundesbank.

 

Los genes no tienen religión ni raza ni ideología ni sexo. Las personas, sí. El determinismo de este sujeto priva al ser humano de su facultad de educación, de decisión, de libertad, de modificación. Son palabras que encuentran campo abonado para ultras de izquierda y de derecha. Palabras que agita el malvado para sacar tajada de la escasez. La opulencia no tiene escrúpulos. La carencia, sí. Los pobres del mundo se meten en el traje de harapos que, a medida, confeccionan los Sarrazin del universo. Se comienza maltratando a los inmigrantes y se termina gaseándolos. La culpa no es del Estado. La culpa es de los que tienen medios para detener esta perniciosa oleada y, a sabiendas, por miedo, por comodidad, la alimentan hasta el final.

 

El final es conocido. Millones de personas mueren para que unos cuantos cientos se sientan en la gloria de su infierno particular. Son los fachas. De rojo. De azul. Es el negro del luto.

 

Un saludo.

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