EL CHAPAPOTE QUE VIENE
La canícula ya escenifica su reinado. El calor sienta sus lares. No se anda con chiquitas el moreno. Así que, ojo. Algunos combatirán el fuego con el ocio más refrescante. Otros soportarán la agresión térmica abrazados al trabajo esquivo, no sea que huya. Muchos, perdidos en la mar océana del paro, varados cual nave que encalla en un banco de arena. Los hay, en fin,...
Ya lo decía el sabio: detrás de ti otro vendrá que se coma las cáscaras que acabas de tirar. Inmigrantes sin tierra, sin papeles, sin hogar y sin más patria que su instinto de supervivencia. Miro atrás por no amargar el presente. La memoria puede ser triste pero, al cabo, es historia, agua pasada. La actualidad trasciende el recuerdo, lo reviste de dolor mitigado o de eufórica dicha y abre una puerta a la realidad más dura. En los inmigrantes que arrastran su negritud por las playas de nuestras ciudades y su fortaleza por los recogederos de fresas, la soledad es su única compañera. Son deudos del lugar donde nacieron y cautivos de la cuna de tierra y ramas que sólo el viento acuna.
A los españoles nos asfixia el calor sin distinguir a ricos de pobres, a viejos de jóvenes y a trabajadores de desempleados. El calor, sí. La canícula, no. La canícula echa las dos manos al cuello del inmigrante hasta hacerlo desfallecer. Como perros sin aliento, en medio de la nada aunque esta nada sea el vergel que su África natal les hurta.
Mazagón atrae a todos en estos meses de estío furibundo. Desde hace cincuenta años, esa playa conserva en su arena, antaño rubia, hogaño desteñida, las huellas negras del carburante que marineros sumisos a las órdenes de patronos despiadados, vertieron al limpiar los depósitos de los petroleros. Negras trazas que añaden vetas de suciedad a la rizada cabellera que se moja al contacto con la orilla. Las olas empujan el chapapote residual. A Mazagón. No a Punta Umbría, a La Antilla o a Matalascañas. Romper la imagen. Pero los cristales rotos crearán el arte cubista del chapapote contemplado desde la perspectiva poliédrica.
Ahora, más. Cuando se han dado pasos de gigantes para lavar la suciedad pringosa que afea el paisaje, ahora más. Una nueva amenaza se cierne sobre el litoral palermo y moguereño. Balboa. El oleoducto que arranca desde Badajoz y que perturba, a lo largo de cientos de kilómetros, la lozanía incomparable de la sierra y de la campiña onubense, quiere desembocar, como un río de muerte, en el mar de Mazagón. De la mano de la Junta y subido en los hombros del PSOE. Desde los Santos de Maimona hasta Huelva en un recorrido sinuoso de corrupciones y golferías.
La gente de Huelva tiene que decir no. El error que cometimos durante la dictadura no puede repetirse en la democracia. Por más que el partido casi único presione e intimide.
Oleoducto, no. Basta ya. No.
Un saludo.
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