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Francisco Velasco. Abogado e historiador

DEUDA A LA CARTA

El G-20 ha propuesto medidas de rigor. Pero a la carta. El menú de control del déficit no es el mismo para todos los comensales. Algunos se han de someter a dietas más estrictas que otros y no pocos han de medir el alcance del precio de cada plato. A la carta.

 

A la carta. So pena de retardar la recuperación. Eso recomienda el G-20. Por el contrario, el Banco Central demanda medidas de urgencia a fin de no arriesgarse a una nueva caída por la pendiente. Sobre Grecia pende la espada de Damocles de la quiebra total y la economía de la potencia mundial por excelencia rema contra corriente. El índice de confianza desciende por días. Incluso el cacareado crecimiento de China se está revisando a la baja.

 

Ante panorama tan desalentador, el paisaje español se llena de nubarrones amenazantes. La Bolsa depende demasiado de la Banca y el viento zarandea a capricho. España no sólo no escapa a una nueva zambullida europea en la recesión, sino que el peso muerto de nuestra economía sigue la ley física de un hundimiento más profundo. Si falta el rigor presupuestario, la credibilidad de los inversores se esfuma y, en consecuencia, el consumo y el crecimiento seguirán haciendo mutis por el foro.

 

Sí es preciso matizar la compatibilidad entre el binomio rigor/austeridad-inversión pública. Son compatibles. Lo son siempre y cuando el recorte del gasto se limite a la eliminación de lo superfluo y a la justa valoración de los activos en exceso inflados. La economía requiere una llamada a la autoridad. La autoridad entendida como modelo de administración de una buena gestión familiar. En vez de tres casas, dos. Y de cuatro coches, también dos. Y de siete fiestas, una. Y de quinientos invitados, ni uno. Dos copas y no cinco. Asesores fuera del ring.

 

La teta fiscal no puede engordar. Contraerá el consumo e incentivará el ahorro a la espera de tiempos mejores. Los salarios deben mantenerse conforme al IPC porque, en su defecto, la inseguridad laboral creará prisioneros de la improductividad. Para ser competitivos, se debe escarbar en la tierra de la innovación. En la competitividad se halla la clave del progreso.

 

Aquellos países que controlen, pues, el gasto e inviertan en empresas competitivas, habrán acaparado los platos más suculentos del menú a la carta. Los demás se conformarán con platos de segunda mesa. No hay café para todos. El whisky se restringe. La suite del ministro, que la pague el ministro, pero no su ministerio. Los vuelos, en líneas regulares. Los pluses de productividad indiscriminados, punto y final. Las dietas de viaje y manutención se acabaron.

 

Sólo el control y la austeridad permitirán reducir el déficit. Más todavía si la inversión echa una manita. Si no se compadecen medidas conservadoras con otras neoliberales, la deuda se va a comer el restaurante completo. Los camareros irán a la calle. El maître y el chef servirán peseteros en la mugrienta barra de la cantina. Que no se lo creen, allá ustedes. Estado y monopolios no caben en la boca. Salvo que se corten en trocitos y se sirvan a la carta. A la carta.

 

Un saludo.

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