MAL MENOR
Cuando elegimos, sabemos distinguir el mal del bien. Diferenciamos el eco de la voz. Apreciamos lo auténtico frente a lo fingido. Las personas forjamos nuestras decisiones en el yunque de nuestras posibilidades por mucho que la bondad se ausente y por más que nos apartemos de lo lícito o de lo honesto. El mal menor se configura así, eufemismos aparte, en una calamidad de efectos atemperados. Pero, al fin y al cabo, en un desastre, una desgracia que se quiere excusar en función de unas cicunstancias atenuantes pero nunca eximentes.
La doctrina del mar menor nos convierte en entes indistintos. Todo da igual. Los políticos son todos unos sinvergüenzas, sea del partido que sea. Al saco. Y no. No me vale esa premisa pues falsea el silogismo. La Transición democrática no puede degenerar a niveles de la restauración borbónica tras la fallida Primera República. Tampoco puede retroceder a esquemas de la Segunda República que llevaron al país a un escenario guerracivilista. No. La Restauración fue un mal menor ante el mal inmenso que fue el experimento de 1873. Se pretendió un bien pero se amasó un mal. No es compartible, en este sentido, la idea de que el Alzamiento Nacional fuera un bien. Si acaso un mal mayor que rivalizaba en magnitud con el mal que hicieron crecer los fanáticos desde Azaña a Negrín. Mal uno y mal otro. El bien, por parte alguna.
Las excepciones confirman la regla pero no son norma. Si lo fuera, la subversión del bien moral sería un hecho consumado. El mal menor es una aberración porque consagra la sepultura del bien. Si la verdad es un valor, la mentira, aunque se disfrace de mentirijilla, se clasifica como desvalor. Intentar convencer al pueblo de que el apaleamiento de una víctima es un bien y no un mal menor en comparación con la mutilación de sus órganos genitales, contribuye a justificar la maldad de los autores. Y no, no es eso.
No cabe el mal menor cuando se pacta o se consensúa en contra del bien común. La concesión de la independencia al País Vasco como remedio contra el terrorismo de ETA y de sus fuerzas políticas extorsionadoras, es un mal mayor que el problema que se quiere sortear. La política de inmersión lingüística en Cataluña, que comporta el desprecio hacia la lengua castellana, es un mal no menor porque el Estado se pone de rodillas ante el chantaje de los catalanistas. ¿Dónde está el bien? Si el bien está marcado en la norma constitucional que se ha dado el pueblo soberano, cualquier atentado contra esa norma es un mal. Y de menor, nada. La robustez de las leyes descansa en la fuerza de voluntad de su democracia. He ahí el bien.
No existe el concepto medio muerto o medio embarazada. O se está muerto o se está vivo. La preñez no admite discusiones objetivas. Si la ley es la referencia moral, lo que esté prohibido por ella, es un mal. Y si no lo prohíbe, aunque no lo admita, el bien está presente. El mal menor es tan repudiable como el mal a secas. Terrorismo y antiterrorismo son, por definición, males. El primero, porque violenta el Derecho. El segundo, porque convierte al Estado en forajido que se pone al margen de la ley. La mejor arma de la democracia es el poder moral de soportar el odio y la venganza y la fuerza ética para no ser esclavo de la corrupción.
La rescisión inmediata del contrato del Hotel París, del palacete/capricho “petrimonial” de la onubense plaza de las Monjas, hubiera sido un bien. Un bien sin paliativos. Las exigencias del Psoe y de Iu de Huelva a este respecto han llevado al PP a un camino erróneo. Pactar con los partidos del odio ideológico a la derecha supone tanto como firmar un acuerdo con los grandes derrochadores que se han comido y bebido la economía de la provincia. Es una equivocación grave. Ellos lo llaman un mal menor. El mal no pierde su naturaleza por su dimensión. Lo es por sí mismo. No hay satanes buenos. Todos son malos.
El PP debería dar ejemplo de categoría moral y de valor ético. Procurar el bien general, el interés del pueblo. No sea que éste lo vote hoy como mal menor en contraposición al delito nefando de los políticos del Psoe. De hacerse así, el cambio de sentido sería tan efímero como pobre. Si los populares de Rajoy no se postulan como artífices de una política bien hecha, se sitúan en la misma órbita errática y corrupta de los de Zapatero, Rubalcaba, Blanco y otros impúdicos de su ralea. No puede ser. Si quieren manga, al Mar Menor. Los males menores, como la mangancia, no deben recalar en puertos de confianza. No.
Un saludo.
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