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Francisco Velasco. Abogado e historiador

EL MINISTRO MENESTRAL

José Blanco es un ministro menestral. Su oficio mecánico es apretar tuercas. Sobresaliente el gallego en la tarea. Recién nombrado por Zapatero como menestral mayor de Fomento, abrazó la consigna de priorizar las obras públicas que ayudaran a salir de la crisis económica. Se estaba postulando como paladín del entendimiento y del diálogo. Otra cosa es que nos creamos lo que nos dijera el látigo viperino que es su lengua. Hay que crear empleo como medida primera para salir de la crisis, decía. Incluso abundaba sin concretar nada: "se trata de gastar donde más se favorezca a los territorios y a las personas".


Pepiño da miedo. Cuando estruja, es que apisona de verdad. Sin embargo, se le ve el plumero. La mentira se urde en la mente de los poderosos sin más escrúpulos que los necesarios para devaluar una moneda. Entonces, el gran menestral se decantaba, en vez de aumentar los impuestos, por reordenar las prioridades del gasto público. Y, ¡oh, casualidad!, qué nos encontramos! Ni más ni menos que ante la segunda de las políticas del programa general del "Consenso de Washington".


Este programa, diseñado por Williamson, se considera el estandarte del neoliberalismo, esa ideología político-económica tan odiada por Zapatero y su cohorte de puretas y que utilizan con tanta frecuencia como frivolidad para descalificar a Bush y a sus seguidores. ¿Puede creer alguien que Blanco se haya pasado al neoliberalismo de su odiado Kagan, el máximo representante de los neocons? ¿Tan voluble y veleta es Zapatero para entender un tan radical cambio ideológico? ¿Se comportarán, uno y otro, como Felipe González, que no dudó en desembarazarse del pesado lastre del marxismo del PSOE, cuando le hizo falta para gobernar?


No olvidemos lo que significa gasto público. Es el que realiza el sector público (la Administración estatal, autonómica y local) en un período determinado, incluyendo en el mismo el gasto fiscal. Así, si aumenta la renta de los consumidores, disponen de más dinero para gastar y, casi siempre, gastan más y ahorran menos porque el estímulo del consumo actúa como efecto multiplicador que hace que el dinero pase de mano en mano e incremente la producción. Si no aumenta la renta porque las empresas despiden trabajadores, o el paro acrece o se congelan los salarios, lo más sensato es aplicar una política fiscal expansiva, haciendo uso de sus dos mecanismos esenciales: aumentar el gasto público (para incrementar la producción y reducir el paro) y bajar los impuestos (se consumirá más y las empresas invertirán más). ¿Cuál es el inconveniente? Que al haber mayor gasto público, y menores impuestos, el presupuesto del Estado es deficitario.


En este caso, cabe preguntarse cuánto déficit puede soportar un Estado y en qué manera afectará a los gastos sociales que, con la boca grande y el ánimo chico, pregonaba Zapatero. Hasta cuándo resistirá el Estado español con las reivindicaciones económicas y financieras de los nacionalistas, los altos gastos de la Seguridad Social y el bienestar educativo y sanitario. Tetas y sopas no caben en la boca. Las preferencias de los españoles para superar la crisis pasan, en este orden, por reducir los impuestos, bajar las cotizaciones sociales, preservar el gasto en sanidad y educación y limitar el intervencionismo estatal en la economía. En este sentido, los ciudadanos estiman que la obra pública es lo más aconsejado para crear empleo, del mismo modo que consideran urgente no aumentar el ya grueso núcleo de funcionarios y, sobre todo, eliminar de raíz el despilfarro.


El ministro menestral ha cambiado el discurso. Ahora sube impuestos, recorta salarios, congela pensiones, facilita el despido, impone el copago sanitario y mata las libertades económicas. De la noche a la mañana, Digo ha pasado a llamarse Diego. No obstante, aunque las obras públicas han sido frenadas en seco, el gasto excesivo y superfluo se ha disparado. El hombre confunde obra pública con gasto público. De ahí que paralice la construcción de autovías. Por eso, incrementa el derroche en aviones, cochecitos, caviares, televisiones, y en compensaciones a amigotes y agradecidos.


Claro, que el hombre no es ingeniero. No daba más de sí. Lo malo es que tampoco practicó la mecánica. Demasiado esfuerzo. Pero apretar tuercas, lo hace muy bien. Tan bien como estruja meninges. Las nuestras. Dónde irás, buey...


Un saludo.

 

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