EL FACHERÍO DE SOPENA
Miro hacia atrás. Sin ira. Las palabras de Rubalcaba resuenan en el hemiciclo. El vicepresidente oscuro del Gal y del Faisán escucha las palabras del portavoz del PP. Intenta permanecer impertérrito, pero resulta difícil digerir tanta andanada dialéctica. Contiene el rostro, esboza una ligera sonrisa pronto sofocada por el rictus de la venganza. Los escorzos faciales nos delatan. El sonrojo es un chivato del estado interior. El mohín rebelde, un vocero de nuestra incapacidad para controlar la cólera que nos invade. Don Alfreddo tiene una justa fama de histrión y de embaucador. Si no, de qué su longeva trayectoria política.
Pérez, por parte de madre, y Rubalcaba, por su padre, no pierde puntal al chorreo dialéctico de Gil Lázaro. Tiene aprendida de memoria la respuesta del día. No improvisa. No importa el mensaje. Le molesta el nuncio y hacia él dirige sus flechas previamente envenenadas. Niega por enésima vez toda vinculación con la vergüenza del faisán y, a continuación, asesta la pantomima defensiva del día: lo que pretende es lucirse en las tertulias de los medios de la extrema derecha. El presidente in pectore, últimamente promocionado a órganos más intestinales, reduce a sus adversarios a la categoría de ultras. De un sablazo mayéutico. Hala, a los infiernos de la radicalidad. No percibe en su cansino movimiento aristocrático de un Fermín de Pas en la Vetusta de Clarín, que su imagen socialista está manchada de lúbrica ambición y de incontenido celo por la Ana Ozores que ama a otro.
Los sentimientos implacables del Fermín Rubalcaba no se compadecen con la descripción que del magistral hizo Leopoldo Alas. De cuerpo enjuto y rostro cetrino, el jerarca de la catedral de Ferraz odia. Tanto es su aborrecimiento por todo lo que no se le humilla, que arremete contra tirios y troyanos. Soporta al Obispo de la Moncloa en la esperanza de ocupar el sillón episcopal. Quiere y no puede. Se frustra y arrea. Conoce su miseria de alma y ayer niega la guerra sucia y hoy la asquerosa paz. Su exacerbado autoritarismo es proverbial. Insulta con el fino veneno de una lengua bífida de verdulero procaz. Si ofende él, todo va bene. Si quienes le imprecan son otros, el fascismo es la señal de identidad de los demás. Fachas, espeta mientras chasquea la lengua.
Indispuesta por el sesgo de los gravísimos acontecimientos, la horda mediática, que diría el republicanista Blasco Ibáñez, saca las uñas y, a la voz seca de su amo, se sitúa en posición de combate. El País, en horas de despido colectivo, truena. Público no le va a la zaga. Sin embargo, la vanguardia ninja del psoecialismo más totalitario tiene un dueño: el director de El Plural. Quién le puso petenera, sabía de qué pie cojeaba el diario digital. Enric, ese hombre, ha declarado: "La política del PP y el periodismo del PP en muchas ocasiones son una política y un periodismo de extrema derecha. Hay que frenar al facherío. Eso sí, siempre por la vía legal y pacífica (…) A veces, la Justicia mira la realidad sólo con un ojo. Por lo general, el derecho". Uy, qué mentira. Uy, qué peligro. Uy, que dislate. Uy, qué periodista. Uy, que manipulador. Uy, qué interesado. Uy, es Sopena.
Don Enric, inténtelo. Se condenará en las calderas de Pepe Botero por incitar al odio con tanta insidia. La noria de su vida da vueltas tan rápidas y bruscas que, acaso, sea usted víctima de esos giros bien pagados. Uno lo entiende. No lo justifica. Por una vez, diga la verdad. Anime, asimismo, a Rubalcaba hacia el umbral de ese valor. Tanto embuste no puede ser bueno. Se está convirtiendo, por ello, en el fascista del que acusa a sus enemigos. Diga adió a su facherío espiritual. No me recuerde al Celedonio. El del beso. Alas. Clarín.
Un saludo.
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