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Francisco Velasco. Abogado e historiador

PUNTA DEL SEBO

 

Aprovechando el descanso de los días finales de mayo, he paseado, largamente, apenas amanecía, por la avenida que recorre la ría de Huelva, desde un puente a otro. Promete soleado. Vientecillo de poniente. Soledad buscada de caminante. Agua remansada y cercana. Silencio apenas roto por algunos automóviles en dirección a la Punta del Sebo, camino de las playas. Paisaje idílico. Idílico, sí, a condición de que la mirada se perdiera entre las ondas del agua y ahuyentara la curiosidad de escudriñar el lado oscuro del camino. Ni el olor azufrado mermó la belleza del cuadro soñado.


 Por un momento, recordé los años de la infancia. La placidez del paseo entre árboles. El traqueteo alegre del trenecito que cubría aquella ruta. Los bañistas pobres que ni siquiera nos disputábamos un trozo de arena. Las familias, numerosas de hijos, que daban buena cuenta de tortillas con más patatas que huevos. La hondura de un aire limpio que entraba por la boca y alimentaba. Días de rosa y de pobreza. Días de piedad y dictado. Limpieza no prevenida sino impuesta por la carencia de opciones.

 La vida cambia. Para mejor y para peor. El equilibrio de la balanza nunca resulta gratis. El Polo químico cumple este año su cuarenta y seis aniversario. En medio, la encendida defensa de los puestos de trabajo y la contundente respuesta a la contaminación que nos mata. Las crisis de asma y de alergia se agudizan. El fantasma del cáncer se hace corpóreo por más que la oficialidad rechace su presencia con  la misma inseguridad que se rebate a las meigas.
¿Quién pone, Petri, el cascabel al Balboa que amenaza? ¿Quién, Pepe Juan Trillo, se lleva de las marismas la inmundicia del fosfoyeso?¿Cuántos puestos de trabajo, Mario Jiménez, generaría, y durante cuánto tiempo, el transporte de tan  indeseables residuos?

Si esos millones de metros cuadrados que se extienden desde el muelle del Tinto hasta el Colón de Miss Withney repelieren, algún día no lejano, el cúmulo de polución que destroza nuestras aguas, nuestro suelo y nuestro aire, ¿qué será de ese terreno que dueño tiene? La especulación sería reina, me respondo. No estaríamos ante una milla de oro. No. Ante una legua de platino. La zona es paradisíaca. El suelo, de valor incalculable. Negocio. Lucro. Tráfico. Encarecimiento. Compraventa.


 El speculum no reflejaría las aguas entonces limpias de la ría. Especular se hará sinónimo único de acaparar. El acaparar, resultado de la codicia de oligarcas sin alma. Al cabo, la contaminación se apoderará de cuerpos distintos. O mejor, de espíritus. La ría debe volver a Huelva. Limpia y saludable.

 

Un saludo.

 

 

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